Pocas cosas más estremecedoras que ver un agujero negro. Contemplar un fenómeno de tal magnitud remueve en tu interior un montón de cuestiones metafísicas. Desde luego, la primera es que 'pulvis es et in pulverem reverteris' (por estas cosas hay que mantener el latín en ... la educación). La paradoja es que cuanto más descubren los científicos sobre los agujeros negros, más se sorprenden. En enero, el telescopio espacial James Webb dio con el más antiguo hasta la fecha: un agujero negro que ya estaba girando cuando el universo tenía sólo 400 millones de años (se calcula que ahora estamos en 13.800 millones). Se me ocurre que es como ir acercándose temporalmente al Jardín del Edén y poder hacerle una entrevista a la serpiente, para contrastar versiones de la Caída. Hace poco, se midieron dos agujeros negros supermasivos con una masa combinada de 28 mil millones de soles, que habían estado girando uno alrededor del otro sin rozarse durante 3.000 millones de años.
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Se dice que el término 'agujero negro' se lo debemos a John Archibald Wheeler, un científico que leía poesía, y que tras aportaciones como 'agujero de gusano', 'universo participativo' o 'espuma cuántica', dio con lo que nos compete. Teóricamente, un agujero negro es simple: es algo que gira, es masivo (como si todo el sol estuviese concentrado en una canica), y ejerce tal atracción gravitacional que ni siquiera la luz puede escapar. Se forma cuando una estrella colapsa sobre sí misma, y está rodeado por el brillo y el calor de la materia que cae en su interior, pero el mismo agujero negro está frío, un poco por encima del cero absoluto. Los problemas comienzan al intentar mirar dentro. No se puede, por supuesto, y se me ocurre aquella definición de 'teólogo': «Es alguien que en un cuarto a oscuras intenta encontrar a un negro que no está, pero hace que sí». ¿Qué es lo que sucede dentro de un agujero negro?
En principio, no se sabe. De hecho, durante mucho tiempo se pensó que los agujeros negros eran una imposibilidad, aunque las mismas ecuaciones de Einstein los predijeron. Su existencia era un absurdo, y generaba polémica, chanza: era la manera más rápida de que se burlasen de ti. El asunto es que en los cielos empezaron a aparecer cosas extrañas. Los signos de que lo imposible podía ser cierto: puntos más brillantes que cualquier estrella, rayos cósmicos desquiciados. En los años 70, Stephen Hawking se apostó con Kip Thorpe un año de suscripción a la revista 'Penthouse' a que los agujeros negros existían. Thorpe ganó la apuesta en 1990. En verdad, había agujeros negros por todas partes (sólo en la Vía Láctea había millones), y hasta chocaban entre ellos, lanzando ondas gravitacionales que hacían estremecerse el tejido espacio-tiempo. Estas ondas son una fuente preciosa de información; en realidad, la única que nos permite sondear su horizonte, pues el resto de opciones, rayos X, ondas de luz, ondas de radio, todo es devorado. Cioran decía que había sido hecho para dialogar con alguna sombra de Dios. Aquí tiene un digno interlocutor.
En 2019 se presentaron las primeras 'fotos' de un agujero negro. Una red de once telescopios repartidos por todo el planeta funcionaron como uno solo, y captaron la materia brillante cayendo en la oscuridad. Se retocaron las imágenes para resaltar el plasma alrededor del horizonte de eventos, a fin de que el ojo humano pudiera verlos, y la apariencia de este Gargantúa resulta escalofriante. El Premio Nobel Saul Perlmutter habla de su 'aspecto Darth Vader': «Es mortal, silencioso, todopoderoso y amenazador». Perlmutter continúa: «No sólo se traga todo lo que se le acerca demasiado, sino que nadie vive para contarlo. Hay huellas que entran y ninguna que sale. Si los agujeros negros no fueran reales, creo que los escritores de ciencia ficción habrían querido inventarlos».
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Los agujeros negros más cercanos a la Tierra están a 1.560 años luz, una distancia prudencial. Suelen ser relativamente pequeños, pero en el centro de algunas galaxias llegan a tener una masa de cien mil millones de soles; y pueden continuar engullendo cantidades ilimitadas de materia, simplemente se convierten en cuerpos aún más densos a medida que engordan. Una vez que tu pie es atrapado por su borde, no hay retorno: el tiempo se va ralentizando, tardarías varias vidas en caer en su interior, y si pudieras seguir vivo, irías notando cómo la gravedad se curva, siendo más potente en la cabeza que en los pies, con lo que te estirarías como un chicle en un proceso denominado 'espaguetización'. Nadie sabe lo que hay al otro lado del horizonte de sucesos. No hay realidad tal y como la conocemos, y lo más alucinante: no hay tiempo. Se habla de puertas de acceso a otros universos, del reverso de otros agujeros blancos que expulsarían materia en algún 'lugar'. No hay certeza, apenas hay esperanza de tenerla.
En el cine, tenemos algunas pelis que tratan el tema. 'Interstellar' (2014), que me aburrió; 'El abismo negro' (1979), de la que tengo un buen recuerdo, pero igual me llevo un susto si la vuelvo a ver; o la terrorífica 'Horizonte Final' (1997), y esta sí, mete mucho miedo, sobre todo por la frase en latín 'Libera te tutemet ex inferis'. Como podrán comprobar, en ocasiones resulta de vital importancia saber algo de latín, tanto, que en la película te juegas la vida.
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