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Reconozco que nunca he sido un gran seguidor de las novelas de Salman Rushdie. Sin embargo, me he encontrado con su ensayística, y eso es harina de otro costal. Un bol lleno de piedras preciosas, un pensamiento estructurado, profundo, estimulante. Lo que más me ha ... sorprendido es cómo defiende sin complejos la imaginación frente a la cansina invasión de la autoficción (respaldo a Rushdie). Porque nuestro autor anima a escribir sobre lo que no conoces, a investigar; descarta la manía contemporánea de afirmar que todo es autobiografía. Por supuesto que no. La literatura es un mecano compuesto por piezas personales, en efecto, pero también por invenciones de la imaginación, por detalles de personas que conoces, por lecturas e ideas ajenas. La supuesta autenticidad de la autobiografía no es más verdadera que la ficción, ni la ausencia de pudor, ni el exhibicionismo más sangrante, con toda su promiscuidad. En fin, esto cansa decirlo, pero no queda otra.
Rushdie toca muchos palos. Nos explica las diferencias entre la novela de todo, como las de Henry James, esas novelas que intentan abarcar la parte más grande posible de la vida, y la novela de casi nada, donde una sola fina hebra narrativa es examinada para encontrar la verdad de esa misma vida (un ejemplo sería Raymond Carver). Nos llama la atención sobre la ausencia de Dios en una de sus referencias literarias, 'Las mil y una noches': sexo, engaños, monstruos, sangre, mucha violencia, todo eso hay, pero lo que es religión, apenas nada, y por eso gusta tan poco a los censores. Rushdie también nos cuenta que los tabúes, en literatura, están para cargárselos (eso fue lección de Philip Roth), y pone de relieve que sí, que Humbert Humbert es un pedófilo, pero que es difícil no sentir empatía por él, y que 'Lolita' continúa siendo una de las indagaciones más hermosas y precisas sobre la condición humana. De igual manera, nos relata cómo vuelve siempre a las historias antiguas, 'Ilíada', 'Odisea', 'Mahabharata', 'Ramayana', porque son manantiales sin contaminar, no les afecta la contemporaneidad, y te recuerdan lo que perdura, lo que aspira a ser eterno, y por ello te ayuda en el aprendizaje de lo que resiste.
Rushdie recuerda su estrecha relación con Harold Pinter, y la convicción del inglés de que la fuerza de una obra de arte reside en su resistencia a la idea de significado, lo que deja, creo, la puerta abierta a múltiples interpretaciones. Siguiendo este hilo, la traducción de un texto puede iluminar aún más el original (o enturbiarlo), como en aquella ocasión en que García Márquez dijo en público (quizás exagerando) que la versión inglesa de 'Cien años de soledad' era superior a la original. Y si hablamos de las novelas adaptadas al cine, Rushdie defiende una postura que también comparto: la clave del éxito es que la traslación sea libre, no rígida, y que sea capaz de aunar una lectura novedosa del viejo texto. Buenos ejemplos de adaptaciones son 'Apocalypse now', 'Pozos de ambición', 'Matar a un ruiseñor', 'El señor de los anillos', 'Trainspotting', 'El demonio bajo la piel', 'El Padrino'...
Como decía al principio, la ensayística de Salman Rushdie se abre en un abanico de intereses. Resulta muy interesante cuando habla del género de las entrevistas, que siempre me concierne, y recuerda el canon de 'The Paris Review'. Styron reconoce la influencia de Faulkner, pero con reservas: «Soy enteramente partidario de la complejidad de Faulkner, pero no de la confusión». Tras leer a muchos autores negros (dizque afroamericanos), Rushdie acaba por defender extrañamente el territorio de la 'negritud' en exclusiva para ellos. Entresaca la respuesta de John Ashbery cargándose el cliché de que se aprende de los alumnos, y la de Ezra Pound defendiendo los aspectos confucianos de ese genio, Disney (?). También la de E. B. White, que dice que escribir para niños es sencillamente perder el tiempo, porque no se escribe 'para', sino 'por'.
Toda esta recopilación de textos ensayísticos la ha trabajado en buena hora la editorial Seix Barral, 'Los lenguajes de la verdad'. En ella podemos leer cómo Rushdie alude a que la única tradición que le importa es la que se forja cada autor para sí mismo, no las listas de los gurús culturales, porque no hay mandamientos literarios grabados en piedra ni en los departamentos de literatura de las universidades. Digamos que Rushdie no adora a Dios, sino al becerro de oro, a la contaminación lingüística, al azar. De igual manera venera los mitos, las historias que nos explican, que nos ofrecen una guía, no importa si es el Valhalla, el Olimpo o el monte Kailash. Porque los mitos sobreviven gracias a «la asombrosa concentración de significado que contienen». Como la cabeza de Orfeo, que una vez cercenada, sigue cantando...
Tengo la esperanza de haberles animado a gastarse unas perras en un libro que hará brillar aún más su biblioteca. Como curiosidad final: 300 millones de dioses. Me explico. Rushdie cuenta cómo algunos eruditos indios se pusieron a la tarea de enumerar todos los dioses de la India, pero no solo las grandes estrellas, sino los pequeños dioses regionales. La cuenta se les puso, aproximadamente, en 300 millones de dioses. Si la población de la India está en 1.400 millones de personas, tocan más o menos a un dios cada cuatro individuos y pico. Rushdie se pregunta sobre la consecuencia que tiene tal densidad religiosa en los escritores del país, tal exceso de lo sobrenatural. Qué efecto, en suma, provoca en la palabra 'realismo'. Su respuesta es sencilla: liberación. Como él dice, el naturalismo cotidiano es sólo una forma, y quizás muy limitada, de describir el mundo.
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