Debate típico del verano: ¿se debe prohibir fumar en las playas? El Principado no está por la labor, pero bastantes ayuntamientos apoyan la prohibición. El debate vamos a acotarlo porque está condicionado por circunstancias concretas. En el año 2025, por normativa europea (dentro de tres ... veranos), quedará prohibido. En la actualidad, en las playas de Barcelona ya rige la prohibición, si bien este asunto debe relativizarse por dos razones: la sanción de 30 euros sólo se impondrá a los reincidentes, que es algo así como multar con 200 euros al que cruza un semáforo en rojo, sólo si lo hace varias veces; la segunda razón tiene que ver con la jefatura de ese Ayuntamiento, ya que desde que Ada Colau es alcaldesa el sentido común y la lógica fueron reemplazados por el afán de disparatar. A poco espíritu pragmático que uno tenga, si Bruselas impondrá la prohibición dentro de tres años, no merece la pena gastar energía en algo que vendrá dado. Además, si se ponen el Principado y los ayuntamientos a discutir sobre la cuestión rebasamos el plazo sin haber tomado una decisión. Las consideraciones anteriores sólo tienen virtualidad teórica, porque hay normas europeas que llevan muchos años en vigor sobre asuntos que siguen igual que antes de aprobarlas. A los burócratas les encantan los calendarios, pero las sociedades tienen sus ritmos. En definitiva, la prohibición puede ser compatible con fumar en las playas asturianas, italianas o danesas, por muy extraño que parezca. Bien es cierto que la normativa de la Unión Europea es un espaldarazo para que las comunidades autónomas y los ayuntamientos puedan exigir a los ciudadanos que no fumen. El asunto es, como tantas veces, pasar a la acción reconociendo los obstáculos.

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¿Tienen capacidad de control los ayuntamientos sobre la gente que fuma en la playa? En la mayoría de los casos, no. Si la prohibición de fumar en espacios cerrados fue un éxito (lo mejor de Zapatero) se debió a que la mayoría de los ciudadanos estaban en contra del humo porque les molestaba. En las playas, no ocurre lo mismo. Debido a ello es posible que todo se quede en campañas, a pie de playa, con carteles que digan, «espacio libre de humos». Mensajes con más voluntad identitaria que medioambiental. Es probable que el resultado fuera distinto si en vez de fijarse en el humo, el acento se pusiera en las colillas. La guarrada de las miles de colillas diarias para una multitud que camina descalza pisando sobre ellas. Ahí ya habría un sector que se movilizaría.

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