Cuando el humano pone de su parte

Tengo mis dudas de que algo que afecta no solo a la salud propia, sino fundamentalmente a la ajena, pueda encuadrarse dentro de la libertad de expresión. Como también entiendo que pueda obligarse a la vacunación

Domingo, 28 de noviembre 2021, 02:16

Genéricamente, bien podemos decir que los humanos somos una gran contradicción. Aparecen muchos gestos solidarios, aunque nunca suficientes, ante catástrofes naturales como terremotos, inundaciones o erupciones volcánicas, pero provocamos o ayudamos a mantener desgracias y calamidades que no son siempre producto de la fuerza mayor. ... A veces, incluso, actuamos como en el tópico del bombero pirómano.

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Lógicamente, por mesurado que parezca el riesgo en Asturias, no dejo de preocuparme, como todo el mundo, por los nuevos brotes y el incremento de contagios del coronavirus, por la cepa tal o la variante cual. Da lo mismo. Y confieso, como europeísta, sin que esto suponga desentenderme del resto de un planeta lleno de desigualdades, que me causa una enorme desazón ese aumento en la transmisión vírica en países del viejo continente, con amplia cultura y arraigado concepto de sociedad. Si nos felicitamos de que las vacunas -milagrosamente conseguidas en un tiempo tan reducido- han reforzado más que nada la idea de una ciudadanía europea con simultáneo y gratuito acceso a la vacunación y beneficiaria próxima de grandes ayudas económicas para la reactivación económica, duele ver a legiones de energúmenos atacando a las fuerzas de seguridad o creando estragos ante medidas restrictivas de salud pública.

Que los estados y sus administraciones pueden errar ante un enemigo novedoso y potente, es algo obvio. Equivocaciones sanitarias y jurídicas -ahí están las sentencias del Tribunal Constitucional- son lo normal. Y máxime, lo digo como vengo haciendo desde hace 35 años, cuando la legislación de excepción es una broma para crisis como la del covid-19. Pero frente a la crítica legítima, serena y debidamente dirigida, incluida la censura electoral, no pueden prevalecer los egoísmos ni las salvajadas. Ni el desprecio hacia la Ciencia. Quien dude a estas alturas del freno que han supuesto las vacunas a la expansión letal de la pandemia, vive en otro mundo o en otra tierra virtual, obviamente plana. Justamente, y vuelvo a alinearme con la UE, lo que hace falta es vacunar a todos los segmentos de población que puedan ser transmisores y dotar de dosis de refuerzo a quienes lo precisen. Quizá toda la ciudadanía.

Hace menos de dos meses, presencié, ya cerca de Centroeuropa, una manifestación de negacionistas, todos con cara de malas pulgas y riéndose o denigrando a quienes, en las aceras, portábamos mascarilla. Era en una de las ciudades más industrializadas de Occidente. Para colmo, uno de los vociferantes, llevaba la bandera española, aunque no bramaba en ninguna lengua de nuestro país. Tengo mis dudas de que algo que afecta no solo a la salud propia (como el caso de las negativas a las transfusiones de sangre), sino fundamentalmente a la ajena, pueda encuadrarse dentro de la libertad de expresión. Como también entiendo -y medidas se están tomando en esa dirección en algunos estados- que pueda obligarse a la vacunación. Pero el corolario de todo esto es el por qué es tan difícil mantener la prudencia y la seguridad que nos librarán de medidas mucho más reductoras de nuestros movimientos y hábitos sociales.

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Señalaba en el título de este comentario que, ante las calamidades, hombres y mujeres también ponemos de nuestra parte. A veces poco y, en ocasiones, casi todo. Me refiero, sin ir más lejos, a las inundaciones que venimos padeciendo esta semana, incluido el penoso y repetido asunto del Hospital del Arriondas con las inherentes evacuaciones. El tema de las zonas inundables, contra lo que, por poco conocimiento, pueda llegar a decirse, no es en absoluto nuevo, incluyendo la preocupación normativa. Yo he padecido desbordamientos y gotas frías fuera de Asturias y la sabiduría popular siempre se acuerda de las promesas incumplidas de obras de ingeniería. Pero vuelven las aguas a su cauce y la preocupación se evapora y deja de estar, con honrosas excepciones, en las urgencias de los gobernantes. Las malas previsiones y la voracidad urbanística -no se puede perdonar un metro cuadrado, aunque esté expuesto a las crecidas- han causado numerosas catástrofes en todo el planeta. En España tenemos un buen muestrario que hoy no viene al caso enumerar. Pero la ciudadanía, aunque perdone demasiado pronto, lo sabe y aunque, como en los versos de Machado, del cielo aguarda y al cielo teme, no les echa toda la culpa a las copiosas lluvias. Ni debe hacerlo si quiere que las cosas se encaucen duraderamente.

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