La hostelería reabrió sus puertas, pero con fuertes restricciones que arremeten con excesiva virulencia contra un sector que a pesar de no ser considerado esencial, lo es. Y lo es, sobre todo, porque depende de esta el sustento económico de muchas personas y sus familias, ... pero también para todos nosotros, porque sin hostelería se nos evapora uno de las pequeñas gratificaciones que buscamos para sentirnos bien. Solo en comunidad y en los chigres se hace 'justicia' a tomar unos vinos, beber unas sidras, degustar unas cañas de espumeante cerveza y compartir una comida con amigos o familiares.
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Durante nuestra estancia en ese gran invento antropológico que es el bar lo que importa es compartir conversaciones con los parroquianos e intimar. Sin bares, nuestra sociabilidad natural se derrumba, porque estamos acostumbrados a que nuestros momentos de entretenimiento y ocio se llevan a cabo en esos 'lugares tan gratos para conversar'.
En esta edad tardía ya no dependo tanto de los bares como cuando era más joven y mi existencia transcurría habitando en ellos, pero los eché mucho de menos. Nuestra vida pierde color, calor y emociones. Su ausencia ha dibujado en las ciudades y los pueblos un aspecto macilento, lúgubre, triste y deprimente. El hecho de ir y volver del trabajo y ni siquiera poder tomarnos un café; que llegue el tan ansiado fin de semana y te tengas que quedar en casa, o solo puedas salir a pasear o practicar algún deporte, pero no puedas compartir, socializar con los amigos las impresiones y las depresiones de la semana en estos espacios comunes, es emocionalmente asfixiante.
Todo este oscuro tiempo sin las mágicas noches de música en vivo del Savoy, ese templo de la música que nos queda en Gijón, y sin todas esas otras cosas que nos hacen la vida un poco más llevadera, nos han hecho caer en el vacío, la angustia, el absurdo, el pesimismo y parece que estamos viviendo un sin sentido. Del trabajo a casa y de casa al trabajo.
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Sin momentos de ocio se barre el sentido de la existencia y perdemos el deleite de ese minúsculo placer terreno que aportan los bares. Recuerdo las escenas cotidianas de Gijón, durante los meses de noviembre y diciembre grises, en el que algunos bares abrieron con una mesa en la puerta o en la ventana para ofrecer unos pinchos o un café caliente a los transeúntes, esa imagen me inundó de tristeza.
La apertura de la hostelería, aunque sin duda puede ser foco de contagios si relajamos las formas, será sumamente beneficiosa para nuestra salud mental y para la de sus dueños y empleados, a los que se les ha sumado la crisis sanitaria a la incertidumbre de saber si van a poder continuar con sus negocios y trabajos.
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Sin hostelería nos quedamos a la intemperie. La intemperie de los solitarios, para los que los bares son sustitutos de la compañía; la de las personas que buscan un refugio para protegerse del anonimato de la ciudad; la de los que buscan guarecerse del temporal; la de quienes buscan alrededor de una mesa el ensimismamiento para leer la prensa al lado de un humeante café... Porque como decía Gómez de la Serna: 'En los cafés se apura con gusto el cáliz amargo de la vida'.
Ahora que han reabierto esos espacios en los que realizamos nuestra forma de vida y son una categoría ontológica de nuestro ser y pensar en el mundo, es un buen momento para trasladaros desde estas líneas mi apoyo a todos y en especial a esos locales en los que comparto mis horas más allá del tiempo y se han hecho imprescindibles para mí: 'La Tierra', 'Rufo', 'Víncer', 'Montana', 'Savoy', a los que nos deleitáis con los placeres culinarios de la 'Sidrería Asturias', 'A feira do pulpo' y tantos otros, que nos hacen la vida más soportable. La importancia que tiene en nuestras vidas la hostelería se ha hecho manifiesta, por eso, deseo que sigáis ofreciéndonos esos pequeños goces, sin vosotros no hay más que intemperie.
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Evidentemente con el hachazo de las restricciones el porvenir de la hostelería dependerá de vuestra resistencia y nuestra presencia, pero no debemos olvidar, tras todo esto, que la vida y la supervivencia dependen de detalles imprevisibles. De un minúsculo virus, por ejemplo.
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