No por hábito, sino por necesidad, la política municipal acostumbra a cambiar de ritmo y de objetivos cuando se aproxima el ecuador del mandato. Tan obligado como superar a tiempo, con iniciativa, el revisionismo inicial es el siguiente paso, a la concreción, por la que ... se mide a quien manda, para no llegar a las urnas con el mismo programa. La pandemia ha trastocado los tiempos de los alcaldes, obligados a improvisar soluciones y a postergar lo importante para atender lo urgente. La morosidad ministerial ha obligado a los ayuntamientos a recibir las quejas, inventar ayudas, asumir competencias impropias y hasta bordear la legalidad para atender a los ciudadanos. Ser alcalde se ha hecho difícil. Y tal vez los ciudadanos lo aprecien, pero en Madrid su esfuerzo ha tenido poco reconocimiento.
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Los mismos ministerios que emplean a los alcaldes como alguaciles ante el coronavirus recelan cuando es la política municipal la que toma la iniciativa. Después de dos años, la alcaldesa de Gijón ha recibido, al fin, un boceto de una estación que destaca por su ahorrativo diseño, tan austero que no incluye ni una estación de autobuses que permita llamarla intermodal. A la regidora le queda aguantarse o poner un límite al rodillo ministerial. De su valoración sobre la falta de andenes para el transporte por carretera parece deducirse lo segundo. Lo mismo le ocurre al alcalde de Oviedo, a la espera de una respuesta sobre La Vega. Alfredo Canteli ha optado por estirar la paciencia sin caer en la resignación. Seguro que la alcaldesa de Avilés no vería con malos ojos un acuse de recibo más tangible que los parabienes al proyecto con el que, con la industria como eje, intenta trazar el futuro de la ciudad. Buenos o malos, los alcaldes tienen sus proyectos, que no son rechazados, pero transitan por la burocracia ministerial a una velocidad de dos años de retraso por cada uno de avance.
No es cuestión de siglas, sino de prioridades, la misma razón, no culpen solo a la pandemia, por la que tanto cuesta ver a algunos ministros en Asturias. Algunos incluso dejan de serlo antes de realizar una visita oficial a la región. No es de extrañar que algún alcalde se sienta tentado a llamar a un ministerio solo para decir: «Hola, ¿se me escucha?».
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