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Aquel hombre apareció por los caseríos de la parroquia buscando trabajo. El tiempo de la milicia lo llevó de un sitio para otro, y cuando al fin lo dejaron en paz se encontró con que no tenía brújula para el retorno, y en realidad tampoco ... una casa donde retornar. Lo suyo había sido desde los trece años media manta, que el patrón les daba para el frío a sus gañanes, y el tasajo de pan y tocino para aguantar la semana metidos en las cabañas. Cuando se le criaban bien los chotos, y era buen año para la lana, el patrón les obsequiaba con una garrafa de vino aguado, por aquello del dicho en las tierras secas de que con pan y vino se anda el camino. Al cabo llegó a las tierras verdes, como arrojado por la marea. Y por algún lado se enteró de los lugares de minas, donde el trabajo era duro, pero el jornal daba para comer y algo más. Se puso en la cola, y como al caballo que le miran el diente y la pata, por los esparavanes, a él lo mandaron al médico, que le ordenó respirar y toser, y luego le preguntó en qué minas había trabajado anteriormente. En ninguna, dijo el pobre hombre, y el médico le respondió que mentía. En un papel escribió, el médico: «No apto», añadiendo, «posible antracosis de ejercicios pasados, agravada tal vez por el tabaco. Individuo primitivo». El hombre guardó aquella copia del diagnóstico en el bolsillo. No sabía leer, pero supuso que el papel podía encerrar algo para su conveniencia.
Años después de haberlo contratado para vigilar el ganado en la braña, y de asentarse en una cabaña donde vivía tan mal como había vivido siempre, yo lo visitaba alguna vez, y asustaba escuchar los ronroneos del asma, pero siempre tenía bonitas historias que contar. Algunas noches se le aparecía su madre, que nada tenía que ver con aquella mujer escuálida y desdentada, sino que ahora con dientes, y el cuerpo rollizo de la hermosura. La carne en abundancia: expresión de la belleza. Y también era abundante en carnes la ninfa que acompañaba al cabrero algunas noches, y que traspasaba las paredes sin encalar de la cabaña. Para su madre y para la ninfa el cabrero, según él me decía, dejaba un cuenco de madera con leche, ordeñado de las mejores cabras. Y se lo bebían hasta dejar solo el residuo para las moscas.
Aparte de los sucesos que me contaba, encendiéndosele el ánimo, me mostraba aquel papel que un día le había dejado el médico. «¿Qué quiere decir antracosis?», y «¿qué quiere decir primitivo?» En tanto, seguía respirando el humo de las hogueras.
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