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Hace algunos años, escribí sobre los problemas con los que nos enfrentábamos los abuelos primerizos para adaptarnos al entorno que representaban las vacaciones veraniegas. En aquél primer proceso de adaptación, me había quedado con la sensación de haber superado la prueba: ya teníamos soltura suficiente ... para convivir con los nietos de modo relajado y divertido, pues además de estar a su cuidado y disfrutar de ellos, quedaba tiempo para dar los habituales paseos en bici o salir a cenar con los amigos.
Pasaron varios años, el número de nietos creció y, craso error: cuando creías que ya tenías experiencia mas que suficiente, sin saber cómo entraste en un proceso desbordante. Al final de junio empiezas a recibir llamadas de tus hijos que te dicen: papá, los niños ya terminan el cole, en Madrid hace un calor horroroso y vamos a llevároslos, para que vayáis a Tapia con ellos. Os lo vais a pasar genial.
Te pones las pilas y organizas cuidadosamente toda la logística. ¡Al fin! Ya estamos instalados en la casa de verano. Ahora ya irá todo sobre ruedas, que para eso somos abuelos expertos. Al día siguiente, recibes la llamada de tu otro hijo: ¿papá, ya estáis instalados? Nosotros saldremos de Madrid algo tarde. Tened preparada la cena y la cama de los niños, que llegarán muy cansados. No hay problema. Todo bajo control.
Pasado el finde, los papás regresan de nuevo a Madrid, porque tienen que trabajar, y mi mujer y yo nos quedamos al cuidado de los cinco nietos. Primera noche solos con los niños, que tardan en dormirse, algo excitados por la marcha de sus papás. A media noche uno llama: ¡Abuelaa, mi cama está mojada! Meada monumental y el niño a la cama con mi mujer. A las 7 el pajarito mañanero se despierta, empieza a chillar y despierta a los otros. Uno huele algo mal y le miras el dodotis. Cagada antológica. Bah, normal en los niños.
Desayuno: uno que no quiere, otro que no le gusta... Que esto es mío, que me pongas Clan en la tele, que ese juguete es mío... De pronto, mi mujer mira el reloj y ¡caramba, si ya son las 11! Quédate con ellos que yo tengo que ir corriendo a la tienda. Mientras esperas, siguen las disputas, las peleas... Toda la casa patas arriba y tú venga a vociferar. Ellos a lo suyo.
Regresa mi mujer con la compra y empezamos a preparanos para la playa. Cremas protectoras y, hala, a coger los artilugios playeros. ¡¡Eh eh, para!! Que no podemos llevar tanto trasto. ¿Seleccionar? Que yo quiero esto, que yo quiero lo otro... Nuevo grito autoritario del abuelo y todos llorando a la playa. Llegas a la arena, empiezas a quitar las camisetas y, de pronto, ves un revuelo en la orilla. Resulta que mientras quitabas la camiseta a uno, otro sale corriendo a toda velocidad hacia la orilla y una ola bajera le pega un buen revolcón. Una señora que estaba allí lo saca del agua al tiempo que masculla ¡qué padres serán estos que abandonan a su hijo en la orilla! Señora, yo soy el abuelo y es que mientras quitaba la camiseta al hermano, este se me escapó.
Tras quedar deslomado ejerciendo de ingeniero de caminos canales y puertos, con las paletas y los cubos en la orilla, al fin tienes un respiro y puedes ir a pegarte un bañito para quitarte toda la arena. Regreso a casa, duchas, carreras y a preparar las comidas. Sigue siesta reparadora y nuevamente la ceremonia de los preparativos playeros, idéntica a la de la mañana. Subes de la playa a las 8. Son las 11 de la noche y aún los niños siguen corriendo de un lado a otro. Nuevo grito del abuelo que para eso es el viejo gruñón y todos a la cama. ¡Al fin! ya podemos relajarnos. Vamos a ver si picoteamos algo y pronto a la cama, que la noche puede ser muy dura.
Le digo a mi mujer relajate que ya queda poco para que nuestros hijos vengan y ya se ocupan de los niños. Nuevo error. Con los padres en casa la situación aún empeora más y el lío crece. Qué razón tenía un amigo mío cuando me decía que los nietos se comportan mucho mejor cuando están solos con sus abuelos. Pero es que, además, cuando pensabas salir a cenar solos tú y tu mujer para relajarte del follón, de pronto tus hijos reciben llamadas de sus amigos y te dicen: ¿podéis quedaros con los niños? Es que queremos ir a cenar con los amigos. Llaman a sus amigos y les dicen: contad con nosotros que tenemos cobertura. Pues nada, a ver si hay suerte y mañana podemos quedar liberados.
En fin, no quiero cansar a nadie con esta historia de un abuelo gruñón, como me dicen que soy. Pero, creo acertar si digo que otros muchos abuelos que lean esto estarán pensando lo mismo que yo. Es verdad que te entra cierta melancolía o tristeza cuando se van de nuevo a Madrid y te despides de ellos, pero, ¡qué ganas tengo de que se acaben las vacaciones de verano para relajarme y disfrutar de la libertad, la soledad y la tranquilidad doméstica! Por el momento, toca disfrutar de esa tranquilidad que se produce cuando todos los niños se han ido a la cama y están dormidos. Ahora es ese momento sublime cuando tienes un vino en la mano y lo saboreas tranquilamente relajándote del follón que has tenido en casa todo el día.
Buenas noches.
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