En las historias del mar ocupan un lugar destacado las de los buques fantasma, barcos de todas clases, de vela y de motor, que se emancipan del hombre y empiezan a navegar por su cuenta. Se les da por hundidos y vuelven a ser avistados ... a miles de millas de distancia del supuesto lugar de su naufragio. El caso del Castillo de Salas es uno de ellos. Nunca naufragó en Gijón y hasta hay quien afirma haberlo visto fondeado en Singapur mucho después de que se le diera de baja de la lista de buques.

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Especialistas en ciencias paranormales que se dedican a estudiar estos fenómenos navales, incluso por encargo de gobiernos que quieren saber lo que ocurrió con sus buques de guerra desaparecidos sin dejar rastro, investigaron durante años el caso del Castillo de Salas. El supuesto lugar donde se afirmaba que había embarrancado estaba próximo a tierra (a 700 metros del cerro de Santa Catalina, de Gijón) y había decenas de miles de testigos oculares y miles de documentos y fotografías que atestiguaban el siniestro y sus consecuencias. Según el doctor Trolemberg, de la Universidad Grand Manitou, de Indiana (USA), autor de un informe de 10.200 páginas, que se puede consultar telepáticamente, en sus conclusiones afirma que el citado naufragio nunca existió y sí el de un viejo carguero de vapor llamado Chaletillo de Salas que, procedente del Puntal, en la ría de Villaviciosa, transportaba quinientas toneladas de carbón del pozo Pumarabule para los vales del carbón de los jubilados.

Según el citado informe, el buque Castillo de Salas no pidió práctico por radio a las siete de la mañana del sábado once de enero de 1986, ni recaló una hora después en la bocana del puerto de El Musel ni quedó fondeado en la zona asignada con el ancla de estribor y seis grilletes, barco parado, al socaire del Noroeste, fondo de arena y entre 23 y 28 metros de agua. No era el Castillo, sino el Chaletillo y cuando embarrancó y se quedó sin máquina y perdió un ancla y los remolcadores no lo pudieron liberar, y se dejaron pasar días y al final se partió en dos, no era el Castillo de Salas que venía Norfolk (USA) con 97.000 toneladas de carbón, sino el Chaletillo de Salas. No se desparramaron por el fondo del mar, a 700 metros de Santa Catalina, 40.000 toneladas de carbón de las bodegas de popa que la gente recogía con sacos y carros en la playa, ¡sin acreditar si tenían derecho al vale del carbón! Y cuando técnicos y autoridades, vista la demanda playera de carbón en aquel frío enero de 1986, autorizaron verter a la mar otras 30.000 toneladas de las bodegas de proa, fue otro efecto óptico, agravado en este caso por el documental filmado por los reporteros a bordo de lanchas de pescadores.

El doctor Trolemberg apunta una posible explicación de este fenómeno paranormal masivo: la quema en instalaciones próximas de sustancias alucinógenas en grandes cantidades, procedentes de los alijos e incautaciones policiales, que podrían afectar al subconsciente y al subtragante. A su vez, atribuye a acciones sonámbulas extemporáneas el envío de muestras de carbón a diferentes «laboratorios de toda solvencia, tanto nacionales como internacionales»; por eso no aparecen.

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En la campaña electoral de 1982, a Felipe González le preguntó el periodista José Oneto el significado del eslogan del PSOE: 'Por el cambio'. «Pues que España funcione», respondió González. Entonces me pareció una chorrada, 38 años después me parece un imposible, visto el menguante nivel de las élites y de las clases dirigentes. Igual con el carbón de la playa que con la pandemia.

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