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La costa amalfitana tiene un mostrador precioso: la revirada carretera colgada en el acantilado calizo que la recorre. Una vía estrecha, retorcida, con un tráfico endiablado y constantes retenciones en cada pueblo. Es una maravillosa carretera escénica. De vez en cuando un barranco hiende el ... cantil, y si uno asciende por sus vericuetos se puede topar con un pequeño restaurante de terraza emparrada con vistas al mar, donde es atendido por el patrón hablante y hospitalario que, enterado de la procedencia de los visitantes y en la víspera de un partido Barsa-Inter, confiesa su simpatía por España, su hostilidad a los imperiales del norte y acaba por sacar la bandera antigua española, la blanca con la cruz de san Andrés, que despliega con orgullo ante la sorpresa de los viajeros ibéricos que no conocían el arraigo de las raíces monárquicas en el sur de la república italiana, y que están a punto de creer que el posadero es militante de una facción napolitana que reclama reincorporarse al reino de España como la decimoséptima comunidad autónoma.
Y no desentonaría. Reforzaría el aire levantino que al cruzarse con el atlántico y el cantábrico dan la peculiar atmósfera de la península ibérica, en la que han ahijado una variedad de arquetipos de cuajada personalidad. Ellos la vertebran para constituir un mosaico antiguo, cuya imagen unas veces se oculta tras las arenas del tiempo, y en otras el brillo de los colores impresos en sus teselas deslumbra y dificulta la visión global. Asturianos locos y vanos, a juicio de vizcaínos de radical simplicidad, baturros plantados, gallegos mágicos, castellanos recios, valencianos melosos, catalanes de masía y trata, extremeños rayanos, andaluces de luz…
Todos mezclan su originalidad estereotipada con una larga interacción por tierra y mar, y empeños en común. Son lo que se dice camaradas; es decir que han forjado su amistad en el trato laboral, con lo que han creado un cable muy fuerte, que comenzando por ser realidad geográfica, basada en su asiento en la península más occidental de Europa, se ha convertido en una costumbre, España, que, sin embargo, permite señalar sin ningún género de duda como murciana a la moza que en el excursionista autobús canta a pleno pulmón, con voz chillona y metálica, la trova que bien podría firmar un rapero : «¡éle, arsa!, ¡éle arsa!, ¡vamoj ya!, ¿qué cómo te la haj componíoo?, ¿qué cómo te la haj componíoo?... pa metetela tu novio con el pantalón poníoo…».
Referencia clara, como la negra enseña con calavera, huesos cruzados, sable y espiga que enarbolaban en sus lanzas los bizarros jinetes carlistas de Cabrera. La habían tomado de su convivencia en los llanos venezolanos con los troperos del mítico noreñense José Bobes (leyenda inspiradora del otro coronel que centra la trama de 'Apocalypse Now'), que antes la habían agitado durante las guerras de emancipación americana, en las que se forjaron los militares que luego se combatirán en las guerras civiles del XIX y aún del XX, que ni fueron solamente civiles (pues a ellas sumaron desde el inicio la Brigada Inglesa, la Legión Portuguesa y la Legión Extranjera Francesa, además de otras potencias), ni tampoco fueron una excepción en Europa, pues la última gran batalla de los ingleses contra los clanes escoceses se dio en Inverness, a la altura de la segunda guerra carlista.
Lo curioso de este grueso cable llamado España es que los españoles parecen haberlo trenzado en los últimos 200 años a base de sangre y fuego, mediante la reinvención de bandos, retorciendo antagónicas facciones y recombinando territorios.
El proyecto de dar por concluido el proceso de trenzar tal cable con técnica tan costosa y devoradora de recursos, para así poner fin a un ciclo histórico despiadado, fue el que estuvo presente hace medio siglo con la adopción de otra técnica más sostenible, que sirvió para la construcción del periodo de progreso más dilatado y más cercano a la paz conocido por España, lo que exigió, y exige, como es obvio, reconocerla como realidad y por los atributos que la representan, pues un territorio es símbolo y función. El primero para querer y el segundo para hacer.
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