Secciones
Servicios
Destacamos
El 31 de enero se cumplirán tres años del primer caso de covid detectado en España. Y, pronto, el 14 de marzo, recordaremos el inicio del confinamiento. Eran días en los que, en medio del desconcierto, políticos y medios requerían a la sociología: saber qué ... hacer, cómo reaccionará la ciudadanía y, sobre todo, qué consecuencias tendría aquel encierro sin precedentes sobre nuestras vidas y nuestra sociedad.
Naturalmente, y como suele ser habitual, más ante una situación inédita, buena parte de las predicciones fallaron. En marzo o abril de 2020 especulé en estas mismas páginas con la posibilidad de recuperar cierto sentido de comunidad –cosa que no ocurrió–, con la recuperación de cierta distancia social –que a medias– o con la conveniencia de recuperar parte de la soberanía productiva en sectores estratégicos –recordemos la escasez de material sanitario–, algo sobre lo que se está trabajando, pero acuciados, sobre todo, por la geopolítica energética.
No se atisbaba, sin embargo, la posibilidad de que nuestros servicios públicos, algunos sin relación alguna con lo sanitario, se deterioraran tanto. Es cierto que algunos llevaban años funcionando un poco al trantrán que impusieron las restricciones presupuestarias, imprescindibles para corregir los enormes desequilibrios económicos acumulados por la burbuja y su posterior pinchazo. Pero la pandemia deshilachó los frágiles hilos que mantenían cosidos esos servicios. Especialmente en dos de ellos que, hasta 2019, se consideraban modélicos: el sistema ferroviario, especialmente los servicios de alta velocidad y algunos de cercanías, y el Sistema Nacional de Salud.
Nuestros trenes han puntuado siempre alto en las clasificaciones internacionales, siquiera por su puntualidad, que en los servicios de larga distancia y cercanías superaba de largo el 90%, mejorando a los alemanes, tan afamados. Algo a celebrar cuando apostamos por la movilidad sostenible. Pero todo apunta a que ya no es así. Es revelador que, al contrario que hace tres años, no dispongamos de datos actualizados, fácilmente accesibles, sobre puntualidad. Pero la percepción general es que los servicios ferroviarios, tanto los de cercanías como los de media y larga distancia, no se recuperaron del parón de 2020 y la posterior ralentización de la demanda. Hace unos días, fueron 44 los convoyes que, con destino en Andalucía, quedaron suspendidos por una avería en la catenaria. Es un hecho excepcional, sin apenas precedentes, que ilustra los retrasos y las suspensiones de servicio que, si insólitas hasta 2019, ahora han dejado de serlo. Y qué vamos a decir de nuestra Asturias, donde cualquier usuario del tren cuenta y no para de retrasos dilatados, trasbordos inesperados o paradas a oscuras en plena noche sin explicación alguna por parte de la tripulación. Por si fuera poco, una caótica imprevisión parece adueñarse de la gestión de los remates de la variante de Pajares, de la disponibilidad de material móvil y, sobre todo, de su conexión con las principales ciudades del área central.
El Sistema Nacional de Salud tampoco acaba de reponerse del sobreesfuerzo al que lo sometieron las sucesivas oleadas pandémicas. Aquí no hablamos de percepciones, sino de datos ministeriales. Y de un sistema que utiliza la mayoría de los españoles, en un país donde la salud constituye un valor capital. Un indicador: las listas de espera en el conjunto de España han crecido. Si en junio de 2019 los pacientes en espera quirúrgica eran 671.494, con una espera media de 115 días, en junio de 2023 eran 742.518 –un 10,6% más– con una espera media de 113 días. Sin embargo, las esperas superiores a seis meses pasaron del 15,8% al 17,4%. Las tendencias a largo apuntan, además, a un lento, pero constante, engrosamiento de la lista de espera. Para Asturias las cifras son especialmente preocupantes. Desde 2019, hemos pasado de 18.864 pacientes en lista de espera a 22.292 en 2022. Un incremento de ¡18,2%! Además, la espera media ha subido de 71 a 86 días. Algo no va bien en el Sistema Nacional de Salud, ejemplar hasta hace nada, capaz de hacer tanto con tan poco. En el caso de Asturias, con motivo o sin él, el Sespa constituía uno de los pocos motivos de orgullo para los asturianos, hasta el punto de constituir casi una de las señas de identidad del Principado. Sin embargo, y tras la alta valoración que mereció la gestión de la pandemia en nuestra región, los asturianos comprobamos que, al igual que el resto de los españoles, y más allá de las cifras, concertar una simple cita con el médico de cabecera puede suponer muchas llamadas de teléfono o, de hacerse telemáticamente, esperar varios días, que pueden ser vitales, para ser atendido. Tendencias como el envejecimiento de la población complican, además, el recosido del sistema.
El mejor indicador de la desconfianza en el SNS es el notable aumento en la contratación de seguros privados, casi residuales hasta hace poco tiempo, más allá de funcionarios y profesionales. En Asturias casi han duplicado su cuota de mercado, superando ya el 10% de asegurados. Ignoro si la inminente construcción de un hospital privado en Gijón supone la consagración de un cambio de modelo sanitario regional por parte de nuestras autoridades.
Podríamos seguir con el impacto negativo de la pandemia en la educación; hay trabajos que muestran evidencias negativas en la formación de los estudiantes, veremos si subsanables en corto plazo. O el deterioro de nuestras carreteras, especialmente acusado en Asturias, que presenta alarmantes indicadores de deterioro y donde viajar una noche lluviosa puede resultar hasta peligroso.
Hace tres años aventuré que una de las consecuencias de la pandemia sería la demanda de seguridad vitale. Y que se le pediría al Estado, demandando su fortalecimiento y expansión. Ahí no hubo error. Pero vivimos un momento extraño y paradójico. El deterioro de los servicios públicos avanza mientras vivimos una fiesta del gasto público, espoleado por una recaudación 'inflactada', fondos coyunturales, una deuda pública imparable, pero que en algún momento dejará de cobijarse bajo los paraguas de Europa y de los bajos intereses y, por qué no decirlo, cierto arbitrismo que solo busca remedio a los problemas tirando del erario público. Muchos españoles, además, tratan de buscar el tiempo perdido a cuenta de los ahorros de estos años tristes. Pero la fiesta, tal y como apunta la última EPA, podría estar terminando y muy particularmente en Asturias. Quizá deberíamos preocuparnos por lo que sucederá cuando, pasada esta alegría impostada y lleguen las vacas flacas, redoblando las necesidades sociales, comprobemos que esa demanda de seguridad no es correspondida por unos servicios públicos cuyos hilos rotos parece que nadie atina a recoser.
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.