El pasado día siete murió casi centenario Chuck Yeager. Tom Wolfe lo inmortalizó en aquel panóptico sobre los primeros compases de la era espacial, 'Elegidos para la gloria'. En la versión cinematográfica aparece en las primeras secuencias, rompiendo, por vez primera en ... vuelo horizontal, la velocidad del sonido. Corría 1947. Previamente fue héroe de guerra, con episodio español tras ser derribado en la Francia de Vichy. Y tras volar más rápido que el sonido, batió varios récords de altitud, utilizando los reactores como cohetes, llegando hasta donde la falta de aire ahogaba la combustión del motor. Y algún otro de velocidad, superando 2,4 mach. No fue a la universidad y no pudo alistarse con los Mercury Seven aquel 'dream team' de astronautas pioneros liderado por John Glenn, que cautivó el imaginario occidental en los primeros años 60.
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Uno tiene la sensación de que con Yeager se va una época. Aquella de finales de los años 50 y primeros 60, que supuso no sólo el cénit de la era industrial sino también el apogeo estadounidense, presidiendo un joven JFK bajo cuyos auspicios parecía que todo era posible. Por supuesto, la nueva frontera espacial, pero también los derechos civiles, cuajando programas como la Gran Sociedad. La síntesis de aquella época la recoge bien aquella serie de los 60, 'Star Trek', desvirtuada ahora en saga cinematográfica.
Sin embargo, diez años después de aquel discurso 'Man on the Moon' pronunciado por JFK en 1962, el sucesor del programa Mercury, Apollo, que habría de hacer realidad la pieza oratoria escrita por Sorensen, era cancelado. Motivos, varios. Acreditó abrumadoramente la superioridad estadounidense frente a la URSS en la Guerra Fría espacial. Requería recursos ingentes que, tras la crisis del dólar de 1971 y la entrada en una época de déficits casi recurrentes, hacía inviable el esfuerzo. Y las misiones que siguieron a la gesta del Apollo XI no recibían ya la misma atención por parte del público: el espectáculo había devenido en rutina.
Pero, sobre todo, porque los Estados Unidos y Occidente en general habían cambiado de era. En parte, la propia aventura especial había cambiado la percepción del mundo. El que parecía un planeta infinito se desvela desde el espacio como un frágil objeto azul perdido en la inmensidad del universo. Es cuando Boulding acuña el concepto de 'Navío espacial Tierra'. Sobre él se apoyará toda la corriente de pensamiento que, desde los 'límites del crecimiento', alcanza el actual movimiento ecologista. Pero también por el advenimiento de la sociedad postindustrial, o de una generación de 'baby boomers' nacidos tras la guerra, que reformula el concepto de bienestar y, en general los valores sociales dominantes, desde la familia hasta la sexualidad o la relación del poder con la ciudadanía: surgen movimientos sociales, desde París a Berkeley, desde los 'angry young men' británicos al movimiento Hippie, reforzados por un pacifismo reverdecido en Vietnam. Esta amalgama transformó el concepto del progreso, anteponiendo lo social a lo 'espacial'. Sus héroes ya no responden al olímpico altius, citius, fortius, sino a los derechos civiles o el ecologismo. De alguna manera, dejamos de mirar a la a las estrellas para mirar a nuestro planeta y mejorarlo.
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Pero, años después, los choques petrolíferos, los fracasos de Carter en EEUU o Mitterrand en Francia y la caída del Muro diluyeron buena parte de toda esa amalgama ideológica en una suerte de desencantado nihilismo hedonista. La crisis de 2007 espolea aquel idealismo adormecido, tanto entre los 'centennials' como entre muchos 'boomers' que se sienten rejuvenecer desempolvando el viejo espíritu idealista. Pero ya no será lo mismo.
Por un lado, las causas ganadas han sido muchas y buenas. Y, quizá por ello, algunas de ellas se han enredado en alambicados y casi bizantinos debates sobre construcciones sociales que conducen a aporías como la que, ahora mismo, enfrenta al mundo 'queer' con el feminismo tradicional. De otro lado, el ambientalismo, devenido en una suerte de panteísmo, enfrenta sus propios límites y contradicciones, como las consecuencias últimas de seguir con coherencia sus postulados. La igualdad no es tan sencilla. Y el grato hedonismo consumista precrisis, animado por la bonanza económica, las plataformas digitales y el dinero virtual, propició una satisfacción inmediata de deseos que ahora tiene su correlato en la acción política: lo queremos todo ahora y ya. 'Yes, we can'. Muy especialmente en unos jóvenes, nativos digitales, para los que la inmediatez es natural, ignorando que sus padres y, sobre todo, sus abuelos, tuvieron que esperar años para cumplir alguno de sus pequeños sueños.
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La velocidad de automóviles o aviones es ahora la del 5G del móvil. En tiempos convulsos, la consecuencia es la urgencia en la consecución de resultados en la acción política. Los jóvenes, tan espoleados por las crisis de 2007 y 2020, quieren vivir como sus padres, casi por decreto: «es un derecho». Los 'boomers' quieren vivir como lo hacían en 2006. Y todos los grupos sociales 'problematizados' buscan 'soluciones, ya' a sus problemas. Y se ganan elecciones asumiendo esos planteamientos (populismos). Y se proponen cumplirlos, gastando un dinero que no existe u olvidando el pacto social.
El resultado de esas pequeñas esperanzas malogradas es una frustración social creciente. La humanidad siempre necesitó explorar horizontes territoriales -ahora, ya, fuera de la Tierra- y de esperanza, marcando objetivos personales y colectivos a largo plazo. Conquistar nuevos espacios y ampliar conocimientos generación a generación, más allá de nosotros mismos y del presente. Mirar a las estrellas y no al dedo. Alimentando la esperanza, pero no la frustración del incumplimiento: lo que va de Ícaro al Apolo XI. Buzz Aldrin, uno de sus tripulantes, afirmó hace años: «Creímos que el futuro era viajar a las estrellas y resultó que era un teléfono móvil».
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China (y Oriente) no sólo ha demostrado lidiar exitosamente la covid, reforzando su posición geopolítica, sino que tiene un proyecto a largo plazo. Incluye móviles pero también estrellas, aunque no derechos civiles, al menos tal y como los conocemos en Occidente. De momento, y a través del proyecto CLEP, proyecta poner un hombre en la Luna hacia 2030. EE UU, resoplando, intenta no quedarse atrás, apoyándose en el programa Artemisa o en visionarios como Elon Musk. Europa, a contrapié del mundo, ya no es siquiera sede de la Conferencia de Davos. Quizá Oriente logre que el sueño de hombres como Yeager siga adelante.
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