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Vivir para siempre. Evolucionar en entornos controlados por IA capaz de generar realidades paralelas. La fusión de los humanos con las máquinas. Todo eso ya está sobre la mesa. Pero también sus reversos tenebrosos. Si las cosas salen bien, tendremos un futuro transhumano y, si ... no, un futuro poshumano (aunque dichas categorías son fuertemente matizables). Si un cerebro suelta doscientas descargas por segundo, un procesador puede hacerlo por miles. Desde la primera pseudocomputadora inventada por Charles Babbage (denominada 'máquina diferencial') y el primer lenguaje de programación salido del magín de Ada Lovelace, todo en el XIX, hemos avanzado tanto como aquellos monos que salían en la peli de Kubrik. La lógica simbólica de George Boole (ceros y unos), el Colossus y el Eniac, las tarjetas perforadas de IBM, los transistores, el WiFi, la Blackberry, el iPod, la World Wide Web, las redes sociales, los algoritmos de búsqueda. El iPhone que usted tiene en el bolsillo dispone de más potencia informática que toda la NASA en 1969, la misma que puso un hombre en la Luna. Y lo que te rondaré, morena.
En cualquier calenda la IAG pasará de imitar a Bach al rompimiento de la Singularidad. No se trata de si lo hará, sino de cuándo. Le harás un test de Turing a tu nevera y creerás que estás hablando con un enano metido en la zona de congelados. La tostadora comenzará a escribir 'La suerte de Barry Lyndon'. La 'informática ambiental' hará posible que todo, el internet de las cosas, la cadena de bloques, la genómica, la impresión 3D, la realidad virtual, las casas inteligentes, los coches sin conductor, los asistentes de IA… absolutamente todo, trabaje en equipo. Un poco como aquello que se oía durante el Trienio Liberal: ¡Viva la República y Riego emperador! James Lovelock defiende que el mundo está al final del Antropoceno y a punto de tomar un rumbo nuevo, el Novaceno, o sea, la conquista de las estrellas. Ray Kurzweil afirma que la IA se convertirá en una forma de vida a no mucho tardar. No obstante, hasta que todo esto se cumpla, hay algunos problemillas, y al menos un par de generaciones van a tener que lidiar con ellos.
Tenemos el modelo extractivista de Amazon. Ítem: la privacidad que regalamos con cada 'clic' y con cada 'like' (un periodista del 'Washington Post' pidió que revisaran su móvil, y descubrió que en una semana había acumulado 5.400 rastreadores que enviaban sus datos a empresas para las que no había dado su consentimiento). Ítem: las grandes empresas tecnológicas que se escaquean en el pago de impuestos. Ítem: el sesgo y las orejeras que nos imponen los algoritmos a la hora de buscar información. Ítem: la capacidad para influir en el voto, como se demostró en las elecciones americanas y durante el 'Brexit'. Asimismo, cuando se produzcan los implantes en el cerebro para tener acceso directo a la red, no necesitaremos ni dinero, ni DNI, ni teléfono, ni llaves, pero también nos seguirán a todas partes, estaremos controlados en todo momento. Eso sin contar con que, al estar siempre conectados, corremos el riesgo de que nos manipulen el pensamiento, de que nos 'hackeen' el sistema, de que nos vuelvan locos (recuerden la peli 'The Manchurian candidate', del gran John Frankenheimer). El neuroético Marcello Ienca propuso cuatro derechos para la era tecnológica: libertad cognitiva, privacidad mental, integridad mental, continuidad psicológica. Como se suele decir: a galgo viejo, échale liebre, no conejo.
Todo esto lo trata Jeanette Winterson en su ensayo '12 bytes' (Lumen). Es un libro muy interesante, aunque yo no comparta algunas de las premisas (la biología no conforma la identidad, un exceso de adanismo tanto en política como en tecnología, etc…), aunque tampoco es necesario, porque de eso trata la dialéctica. En general, el libro propone preguntas, dispone patrones sobre los que reflexionar, además de mostrar cacumen a la hora de relacionar el plus ultra de la tecnología con el conocimiento clásico. Y hay muchas más cosas, por supuesto. El mágico camino que abrirá la informática cuántica. Las múltiples derivas que puede adoptar una máquina con conciencia, desde el trillado Terminator, pasando por un modelo de inteligencia artificial budista y benévolo, hasta la futura versión en que la inteligencia no tendrá soporte material, sino que solo será energía, con la capacidad de los dioses mitológicos para adoptar cualquier forma (algún diosecillo querrá experimentar durante un tiempo cómo vivían los humanos, como si visitase un museo). De igual forma es sugestiva la evolución de las costumbres sexuales, la convivencia temporal con robots, la resurrección de los muertos vía digital o el cambio psicológico que supondrá poder vivir quinientos o mil años (recomiendo 'Las cien vidas de Lazarus Long', de Robert Heinlein).
No podemos ciar la marcha del mundo, pero sí estar advertidos de lo que se nos viene encima (Trotsky: puede que no estés interesado en la guerra, pero la guerra sí está interesada en ti). Y recordar aquello que decía Fidel Castro acerca de que hacen falta muchos Robespierre para que las revoluciones salgan adelante.
Personalmente creo que el futuro humano será que no habrá humanidad, es decir, el poshumanismo, pero, en el camino, podemos neutralizar a la mayor cantidad de Robespierre posibles, atenuar los efectos más deletéreos, mitigar el dolor. Tengan en cuenta que las espadas láser las manejan los seres humanos, cuya psicología se parece más a un chimpancé (jerárquicos, agresivos, dominantes), que a un bonobo (pacíficos, matriarcales, comunitarios).
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