¿Qué hacemos con los coches?

Quien utilice el coche para ir al trabajo o de viaje tendrá que atravesar la urbe, a poco céntrico que viva. Y como no será el único, las calzadas estrechadas se colapsarán y los tubos de escape contaminarán más de lo que pensaba evitarse

Domingo, 30 de mayo 2021, 02:39

El tráfico rodado -singularmente a motor- es un problema de muy difícil solución. Todos querríamos ver las calles de nuestras ciudades y villas expeditas de automóviles, llenas de árboles y, en un sitio apartado y protegido, con un carril para ciclistas. Además, desearíamos que los ... pocos coches que circularan, especialmente autobuses, ambulancias u otros elementos de servicio público, se valieran de las energías limpias y no contaminantes y que, por supuesto, tal y como ahora ha impuesto Tráfico, fueran a la velocidad de la tortuga.

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Ya sé que la transición ecológica es tan necesaria como laboriosa, pero la realidad pone muchas pegas al deseo. Los automóviles no van a dejar de existir y no van a pasarse la vida dentro de un garaje. Quien los utilice para ir al trabajo o de viaje tendrá que atravesar la urbe, a poco céntrico que viva. Y como no será la única persona al volante, las calzadas estrechadas se colapsarán y los frenazos y tubos de escape contaminarán más de lo que pensaba evitarse.

Mil veces he escrito que la realidad futura, que quiere acelerarse un tanto optimistamente, poco tiene que ver con un presente que, en muchos lugares, proviene de la Edad Media, en la que no había ni bicicletas y calles estrechas han seguido construyéndose incluso después de las leyes de Ensanche, de la segunda mitad del XIX. Por tanto, mientras el diseño actual puede prever bulevares con determinadas prestaciones, hay muchas vías en las viejas tramas urbanas que no están para eso. E igualar lo desigual es tarea compleja, por decirlo finamente.

El viernes me fijaba en el aparcamiento, ya concurrido, de mi campus. No vi aún un solo vehículo eléctrico. Ni híbrido. Lo que supone que la transición es lenta, por no hablar de los puntos de recarga energética en todo el territorio nacional.

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Además, aun cuando los concesionarios de las distintas marcas ya te ofrezcan toda suerte de ingenios adaptados a los criterios ministeriales y europeos, es lo cierto que si se sataniza el coche y su discurrir por la ciudad -a veces imprescindible- tampoco van a vender mucho. Ni eléctrico ni de butano, como aquellos taxis de los 80. Y a cada dos o tres noticieros, nos cuentan cómo van las ventas en el sector, tan importante para España.

En las grandes ciudades asturianas, más o menos desde el último año, he visto y padecido numerosas actuaciones, también revocaciones de proyectos, que me han dado mucho que pensar. Especialmente, que estaban poco pensados. Pongo algún ejemplo que ya utilicé más veces: en lugares con apenas tránsito peatonal, no tiene sentido multiplicar el ancho de las aceras. Y donde se sabe que a las horas punta se concentran docenas de automóviles que van o vuelven de un trabajo, es arriesgado quitar carriles. Al menos, y aquí está el asunto, mientras no se diseñe una alternativa realista y no se haga caso de ocurrencias estéticas e idílicas.

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Hace bien poco, a unos metros de mi casa, hubo de rectificarse una peatonalización de cincuenta metros que obligaba a los conductores, incluidos los de esos buses para los que ya en algunos lugares se insta que rebasen los 30 km/h, a recorrer dos kilómetros, pararse en ocho semáforos y llenar de humo una gran zona verde. ¿En qué estaba pensando el genio que ideó tal cosa?

Citaba el caso del transporte colectivo al que la limitación severa de velocidad puede causarle estragos. Pues conste que no me gusta nada y podríamos hablar, en derecho, de esa derogación singular -lo de 'prohibido, excepto para...'- porque por ahí acaban colándose los amiguetes que tienen una tarjeta de inmunidad.

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Creo que hay que pensar mucho y despacio las cosas. Planificar. Verbo que hasta está en la legislación local, pero que se usa poco en estos casos. Pongo dos ejemplos y que nadie se ofenda. Cerca de mi casa, hace unos años, en una vía con pasos semafóricos a 80 metros de distancia, una noche un automóvil atropelló a una persona que iba 'perjudicada' y que pasó justo a mitad de camino de los dos pasos de cebra. Consecuencia: el alcalde puso otro semáforo donde el atropello. Y similar: cuando no había autovías, en las pocas rectas de nuestra geografía, ante un accidente, se mandaba al 'paisano de la brocha' a pintar una raya continua en el lugar del suceso. Por tanto, ciudad amable, sí, pero estudios serios y diferenciados, también.

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