![De qué hablo cuando hablo de nadar](https://s1.ppllstatics.com/elcomercio/www/multimedia/202106/07/media/cortadas/Imagen%20TRIBUNA%20De%20nadar-kfCI-U140615434930EkB-1248x1170@El%20Comercio.jpg)
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El primer vestigio conocido de la natación se encuentra en medio del desierto. En algún lugar de Egipto, cerca de la frontera libia, en la meseta de Gilf Kebir, unos nadadores a braza suben por las paredes de una cueva. La Cueva de los Nadadores ... fue descubierta por el explorador húngaro László Almásy en 1933 (sí, Ralph Fiennes en 'El paciente inglés'). La ejecución de esa obra de arte rupestre se remonta a diez mil años. Seguramente aprendimos a nadar mucho antes, ya que en Creta se han encontrado restos de herramientas diferentes de las halladas en el continente, mucho más antiguas, y si Creta lleva cinco millones de años separada de tierra firme, alguien tuvo que jugársela y navegar hasta allí. Y pruebe a hacerlo en mar abierto sin saber nadar.
Uno siempre ha sido de nadar. Procuro ir a la piscina tres o cuatro veces por semana. Curiosamente en el mar no me acabo de sentir cómodo, pero nadar en piscina me sienta como un sacramento. Controlar la respiración, deslizarme en el agua, me relaja, es como una oración, de hecho, el ritmo, la brazada, la ingravidez, actúan como una meditación. El calor en las articulaciones, los músculos tensos, el cuerpo que se convierte en alegría, la mente que se libera del pensamiento. Te estimula, te equilibra, te sientes bien. Cuando estoy en el agua, regresa una memoria primigenia, de cuando éramos peces. Los fetos inhalan y exhalan fluido amniótico en el útero, tenemos antiguas hendiduras branquiales que se van convirtiendo en mandíbulas y tractos respiratorios. Si a los dos meses colocamos a un recién nacido boca abajo en el agua, contendrá la respiración durante varios segundos, y su ritmo arterial se ralentizará, conservando el oxígeno. Hay una memoria. Y cuando estás nadando, todo está claro.
Hay muchas curiosidades en torno al tema. En Holanda los chavales reciben clases específicas para nadar con la ropa puesta, dado el peligro que corren los Países Bajos por ser bajos. En Islandia también tienen pruebas en las que nadan seis kilómetros vestidos. La primera persona que concluyó el reto de los Siete Mares fue el irlandés Stephen Redmond. Consiste en recorrer un canal de cada uno de los siete continentes, Cook, Mancha, Gibraltar, Norte, Molokai, Catalina y Tsugaru. Benjamin Franklin, cuando estuvo destinado en Londres, nadaba a diario en el Támesis. Desnudo. Decía que era una gran terapia para la salud. Un par de siglos después, el presidente Roosevelt hizo instalar una piscina en la Casa Blanca para nadar varias veces al día (recuerden su poliomielitis), vaso que utilizó también Kennedy a causa de su espalda rota. Los dos años que Thoureau pasó en su cabaña de Walden Pond, entre 1845 y 1847, se levantaba temprano todos los días para nadar. Lo describía como «un ejercicio religioso, y una de las mejores cosas que hice».
Respiración, brazada, brazada, respiración. Nadar tonifica, restaura, incrementa la resistencia del corazón. Cuando sales de la piscina, sales renovado. Las piscinas públicas fueron uno de los primeros lugares donde se hizo visible la brecha racial: los niños negros se ahogaban cinco veces más que los blancos porque les estaba prohibida la entrada. La primera piscina municipal se abrió en Liverpool en 1828, y en agosto de 1875 el capitán de vapor Matthew Web se convierte en el primer hombre en cruzar el Canal de la Mancha (34 kilómetros, pero que nuestro hombre dobló porque iba en zigzag, o sea, que se hizo 68 kilómetros a pelo). Cada año mueren ahogadas unas 400.000 personas y la OMS quiere promover una iniciativa para tratar los ahogamientos como un problema de salud pública. Ya Heródoto escribió que los griegos eran nadadores expertos, y no tenían problemas para ganar la costa cuando los persas destruían sus naves (y constataba alborozado que los bárbaros asiáticos se ahogaban más: ya sabemos que Heródoto pasa de la corrección política). La instrucción militar romana incluía nadar en el Tíber, y ya Plutarco cuenta que César se salvó por los pelos de los egipcios lanzándose al mar en la batalla de Alejandría. Luego, cuando invadieron Britania, en el 69 DC, se constató cuán útil había sido esa instrucción.
Hay muchas más historias en el entretenidísimo libro de Bonnie Tsui, 'Por qué nadamos' (Geoplaneta). Una de las más epatantes es el Nihon eiho, el arte marcial de los samuráis dedicado a la natación con armadura, de la que hay competiciones en Japón (algunas de las técnicas de combate y flotación son similares a las utilizadas por los Navy SEAL: Dios los cría…). También sale Johnny Weissmuller, que antes de ponerse el taparrabos y hacerse amigo de Chita, fue campeón olímpico. Y no se olvida del cruce del Helesponto por Byron, en honor al mito griego de Hero y Leandro (seis kilómetros, que no es poco), de la competición entre Casio y César en el Tíber, o del cruce propagandístico de Mao en el río Yang-Tse. Asimismo, quienes estamos locos por el cine apreciamos que salga Burt Lancaster de piscina en piscina en 'El nadador' ('The swimmer', Frank Perry, 1968). La película estaba basada en un cuento de John Cheever, y quien la ha visto, nunca más olvidará el bucle mental de Neddy Merril y su odisea a través del 'Lucinda river'. No le culpo, yo también tengo una obsesión con esa iconografía de las piscinas azul zafiro, un símbolo de la capacidad del hombre para imponer su visión del mundo a una naturaleza ingobernable. Aunque sea durante un ratito.
Respiración, brazada, brazada, respiración. Hay una regularidad consoladora en cada serie. Los investigadores hablan de una alteración psicológica debido a la necesidad de concentrar tu atención en el aquí y el ahora, por lo que el tiempo se ralentiza y el presente se expande. Unos hablan de plenitud de conciencia, otros de elusión de conciencia. En todo caso, a mí me ayuda a la hora de escribir y de vivir, y cuando veo a algún nadador de ochenta años, dándolo todo en los carriles lentos, me apetece brindar a su salud. Ojalá yo sea capaz de imitar sus proezas.
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