Estoy hasta las orejas de escuchar a tantas personas que se pasan la vida hablando, seguramente porque no saben estar calladas y menos escuchar. No puedo negar que algunas veces yo sea una de tantas y me apresuro a pedir disculpas. Personalmente me gusta escuchar, ... pero solo a los que saben, me da igual que sea de astronomía que de literatura clásica.
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Lo malo son los que, pase lo que pase, ocurra lo que ocurra, siempre tienen una explicación y una interpretación, aunque carezcan por completo de conocimiento de la materia o de información sobre los hechos. Esto ha ocurrido de manera ininterrumpida a lo largo de estos diez meses, a olvidar cuanto antes, que nos amenaza la pandemia del coronavirus.
La única verdad que nos consta en torno a este virus perverso es que no tenemos constancia de cómo ha surgido y, sin embargo, se mueve por todo el mundo con una rapidez pasmosa e intenciones siniestras. Son ya muchos millares las vidas que se he llevado por delante. Nadie con conocimiento o autoridad demostró conocer su realidad.
Pero en medio de la ignorancia más universal, los millones y millones de teorías e interpretaciones vacías que se han venido repitiendo hacen historia. Lo curioso es que luego ninguna se acaba cumpliendo. Los primeros y los que más contribuyeron a generar la confusión fueron los gobiernos, lo mismo de izquierdas que de derechas, de África o de Asia.
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Por no contar, ni siquiera han acertado a contar los muertos ni a reconocer que hasta ahora, en que empezarán a inmunizar las vacunas logradas contra el reloj, la pandemia no entendía ni de razas, ni de edades, ni de religiones y, si me apuran un poco, ni de culpables. Todos propendemos a considerar que lo peor nos tocó más cerca
Los que gustan de conocer y analizar las cosas se desesperaron estos meses escuchando, por ejemplo, que España era el país europeo, ¡qué digo europeo, mundial!, más afectado, cuando teníamos aquí al lado a otros más modernos y desarrollados, como Suecia o Bélgica, que superaban los índices de contagios y mortandad. De poco servía comparar con los Estados Unidos, Italia, el Reino Unido o Irán.
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Había dos ejemplos que se manejaban para criticar y sembrar derrotismo: Portugal y Alemania. Que Portugal tuviese una incidencia más baja generó explicaciones sin fundamento. Hasta que, desgraciadamente para los portugueses, también allí empezaron a registrar cifras de víctimas elevadas. Sobre Alemania, la verborrea del papanatismo achacaba a sus altos niveles científicos el que tuviese las cifras más bajas del continente. Hasta que, como a todos, les llegó su oleada y estos días está sufriendo fallecimientos en torno al millar diarios.
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