Que nieve o no nieve en invierno, que haga calor o frío en invierno o verano, son circunstancias que se atribuyen al cambio climático y aunque haya catástrofes naturales o haya bosques que se queman por falta de cuidado, el culpable de lo que nos ... está pasando soy yo, ya que, como no ejerzo de ecologista, voy a ser acusado de incidir en el cambio climático, al coger el coche para ir al trabajo y ganarme la vida dignamente, o incluso para ir a pasar el fin de semana en una segunda vivienda que tengo en la playa.
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Por el contrario, esos gobernantes o esos grandes empresarios que fletan todos los días aviones privados, helicópteros o multitud de coches oficiales para desplazarse de un lado a otro, aunque sea un viaje innecesario, no son culpables de nada.
El culpable soy yo, ganadero, que tengo una pequeña cuadra y las vacas tiran pedos que contaminan el medio ambiente al soltar gas metano. El culpable soy yo, agricultor, que no tengo certificado medioambiental y que, aunque pierda dinero con mis cortas cosechas, sigo cultivando productos hortícolas. El culpable soy yo, agricultor y ganadero, que siempre he preservado el campo y los montes para proteger el medio ambiente y para evitar incendios, y no esas enormes multinacionales que aun cuando son las que más contaminan en el mundo, nos proponen y facilitan el consumo de productos procedentes del otro extremo del planeta. El culpable soy yo, ciudadano de a pie, que compro carne y pescado natural, en vez de comer hamburguesas ecológicas o pescados procedentes de la acuicultura o piscifactoría.
Esos nuevos ecologistas, que son tan críticos con el ciudadano de la calle, son los que compran productos que según ellos son sostenibles (aunque contengan materias perjudiciales para la salud, según el lugar en que se elaboran) y que llegan a nuestros mercados tras un transporte en barcos y aviones que recorren miles de kilómetros de distancia.
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Esos que se erigen en defensores del planeta son los que promueven el cierre de empresas españolas para tratar de imponer sus políticas climáticas. Y mientras esto está ocurriendo, nadie reconoce que nuestros océanos y mares están repletos de enormes buques que contaminan nuestras aguas, y nuestros cielos llenos de aviones que los ensucian, para transportar esos productos que se elaboran al otro lado del mundo y que, dicho sea de paso, por todo lo que se ha averiguado, son de inferior calidad a los nuestros, además de contener materias perjudiciales para la salud.
Y mientras todo esto ocurre, a mi me culpabilizan por tener un coche viejo que contamina mucho y, por ello, no puedo circular en el interior de algunas ciudades.
Entre tanto que, por ejemplo, en el vecino Marruecos se abren centrales térmicas y aquí se cierran y a mí me mandan al paro porque mi empresa contamina. Mientras esos globalistas consumen sin límites, a mí me obligan a pasar hambre y frio. Esos multimillonarios ecologistas son los verdaderos culpables de dejar en la calle sin trabajo a miles de personas y de llevar a la pobreza a muchas familias. Y mientras hacen eso aquí, desmontando empresas, las trasladan a otros países más contaminadores, en los que, además, utilizan mano de obra esclava. El modelo de transición energética que tenemos es que los poderosos, apoyados por los políticos de turno, hagan lo que les venga en gana, perjudicando gravemente a esas familias que viven un auténtico infierno al quedarse sin un trabajo digno.
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Ante este sinsentido, los ciudadanos de a pie, debemos defender lo local frente a lo global, aplicando el sentido común contra el fanatismo climático. Debemos de defender a las familias españolas frente a ese exagerado globalismo. ¿Será pedir mucho?
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