Pedaleamos desde Aguilar de Campoo. Villa muy distinta a la que retrató Unamuno en sus 'Andanzas españolas'. Es recoleta, ordenada y conserva su aire señorial en los palacios que flanquean su plaza mayor, como el de los Fontaneda, que antes de ser galleta fue familia ... noble de una villa que es patrimonio histórico, e industriosa. Cualidades que debe a su privilegiada posición. Cruce de caminos que permitían mezclar el trigo de Tierra de Campos con el azúcar que llegaba por el puerto de Santander a través del Besaya. Es también la cabecera del Geoparque de las Loras, que contendrá parte de nuestro trayecto. Pero ahora estamos al lado del Pisuerga y seguiremos su afluente, el Camesa, y en Quintanilla de las Torres giraremos hacia el este para encontrarnos con el Ebro en Villanueva de la Nía y visitar varios de los países que son clientes suyos. Aguilar es cuna de Castilla, forjada con tierras cántabras y vizcaínas, que el Ebro ha conseguido desbravar hendiendo las altas y descarnadas estepas del piedemonte sur de la cordillera, así deja a un lado las loras, basculadas hacia el sur y al norte las parameras, como la de Carrales o Pozazal que llevan al alto y ancho mundo de Campoo, en su momento territorio de Aguilar.
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La carretera culebrea por el frente de la lora. Es una ruta de iglesias románicas, como la espléndida de Villanueva, rodeada de casas de piedra y campos de maíz y girasol, reticulados por cortinas de árboles. El lugar está abrigado y contrasta con las planicies superiores, por eso fue ocupado desde antiguo, lo prueban el arte rupestre y viejas ermitas. En Polientes el Ebro continua manso y verde entre álamos y chopos, de vez en cuando una cornisa achica el valle, a la vez que la carretera cambia en función del titular, como en Lisa, donde se angosta y se hace más pintoresca. Estamos en el parque natural Hoces del Alto Ebro y Rudrón, y circulamos por un túnel, cuyo techo lo da el rimero arbolado y el hastial la cornisa del páramo, que como alero la resguarda. Orbaneja del Castillo es un pueblo pinturero que obliga a pasear por sus píndias callejuelas y fotografíarse en sus piscinas naturales, surgideros en la caliza con la que se mimetizan las edificaciones. Pesquera del Ebro merece la visita, para alcanzarlo hemos de subir al páramo de Turzo, paisaje incompleto sin el pastor enjuto y seco, sarmentoso, que arrebujado en una manta da concisas órdenes al carea que tiene al pie y con el que gobierna con técnicas ancestrales su rebaño. En el camino, el Mirador del Cañón del Ebro ofrece una perspectiva sintética del país, por cuyo páramo de Masa circulamos en suave descenso hasta Cernégula, desde donde caemos por su escarpe hasta Poza de la Sal, y más abajo, hasta La Bureba. Espectacular carretera, villa, paisaje y contraste. Estamos en otro país. Es el de la fertilidad, una hoya cerrada por las sierras cantábricas y los montes ibéricos, cruzada por afluentes del Ebro, y labrada con minucia de orfebre desde hace siglos, todo ello da un paisaje suavemente ondulado, reticulado por hiladas arboladas, que ponen una pincelada verde al ocre de los campos agostados; en primavera, en cambio, la Bureba es un lago verde que riza el viento .
Miranda de Ebro es una villa caminera, importante, con un casco histórico a la derecha del río y en él la hospedería de los Sagrados Corazones, pulcra, sencilla y barata. Recomendabilísima. La ciudad se extiende al otro lado, sobre el espolón que une el casco viejo con la estación, cerca de ella buenos restaurantes, como el Carbón, y hoteles de larga tradición. Salimos por la carretera angosta y curveada que, a media ladera de los Obarenes, hace de mostrador desde el que admirar la llanada del Ebro hasta Haro. Otra carretera escénica.
Haro no hay que rodearlo, sino atravesarlo, pues la villa da el tipo de las que encontraremos en La Rioja. La ciudad sobre un cerro, en su cumbre la plaza mayor y en el centro el quiosco modernista, sobre el que gira un buen pasar, al que contribuyen las grandes bodegas instaladas en el exterior de su casco, unidas por un centenario ferrocarril. Seguimos a Labastida, ahora Bastida, y como la anterior en un promontorio. Estamos en Álava. Las casas son grandes, y prominentes y pesadas las iglesias. San Vicente de la Sonsierra está en el espaldar de Sierra Cantabria y da vista a las de La Demanda y los dos Cameros, cuyas merinas veraneaban en los puertos de Lena y Mieres. Entre ambas encontramos la Rioja Alta, faceta caleidoscópica del mosaico, pues los materiales margosos, dúctiles, se descomponen en múltiples planos enmarcados por riegas o yasas, que delimitan terrazas plantadas de vides, y hacia la sierra, campos de cereal, que abigarran un paisaje presidido por pueblos de renombre como solar de vinos y de obras monumentales, que en Elciego se unen de la mano de Frank Gehry y Marqués de Riscal.
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