Hasta ahora, Ucrania era un país bastante desconocido, creo que la mayoría de la población no hubiera sabido colocarlo en el mapa, se habría aproximado situándole como una de esas naciones procedentes de la desaparición de la antigua URSS y cuyo nombre era más sencillo ... que decir Kazajistán o Kirguistán. Hay una cierta inmigración ucraniana, pero la mayoría no la diferenciaba mucho de la rusa, incluso la confundían. Además habían ganado en un par de ocasiones el Festival de Eurovisión, lo cual tampoco trascendió mucho. De vez en cuando saltaba a los espacios informativos con conflictos diversos, que la mayoría no entendía, ni le interesaban demasiado.

Publicidad

Ahora Ucrania se ha convertido en un enorme plató televisivo, hemos descubierto a los ucranianos y brotan como hongos los especialistas en Ucrania, Rusia y toda esa geografía.

Quizás las guerras siempre han tenido una tendencia a formar parte del imaginario colectivo. Recuerdo cuando en el colegio nos hablaban de un tal Pelayo, que había vencido a los moros (que eran muchos, malos y mejor armados) gracias a una treta consistente en algo así como lanzarles piedras desde las montañas. Cuando en una excursión escolar fuimos a Covadonga mirábamos a las montañas imaginándonos a ese Pelayo aplastando a los moros. No creo que nadie se pusiese en la piel del moro aplastado por una gran piedra. Éramos de las primeras generaciones educadas frente a una pantalla televisiva y ya pensábamos en imágenes.

De las dos guerras mundiales ya hay imágenes fílmicas, pero la fundamental visualización es el cine de ficción, aunque sea el basado en hechos reales. Con la guerra de Vietnam la televisión ya estaba en pleno funcionamiento, pero si tuviésemos que dar alguna referencia, también sería cinematográfica. Y, en general, de otras guerras no se paso de los espacios informativos y de los telediarios, aunque ya se marcasen tendencias según los intereses que hubiese en cada conflicto bélico.

Quizás fueron las guerras del Golfo las primeras guerras televisivas. Las pantallas nos ofrecían imágenes oscuras con lucecitas, casi parecía un videojuego, lo que pasaba es que con esas lucecitas, se estaba matando a iraquíes. Pero los iraquíes, en comparación con la actual guerra de Ucrania, parecían casi no existir. No escuchamos su sufrimiento, ni siquiera con la invasión y ocupación final, menos aún de resistir al invasor. Al contrario, nos ofrecieron imágenes de iraquíes tumbando una estatua de Sadam Hussein, que era el malo, en competencia con un tal Bin Laden. Los dos fueron fulminados, mientras Bush disfruta en su rancho de millonario petrolero y expresidente de EE UU. Iraq es un país aún más destruido que antes de la invasión, uno de esos estados fallidos y países imposibles. Pero eso ya no importa para los platos televisivos.

Publicidad

También hay guerras que parecen no importar para las cámaras televisivas, como le pasa a la actual de Yemen. ¿Qué es Yemen? ¿Dónde está? ¿Quiénes son los yemeníes? ¿Por qué los bombardea Arabia Saudí, una dictadura medieval amiga de Occidente produciendo miles y miles de muertos, niños incluidos? Tendrá algo que ver con que hasta España le venda armas e incluso el exnoviete de una tal Corina pudiese ser comisionista en la venta de esas armas. Porque con tantas y tantas horas hablándonos de algunas guerras, resulta curioso que se hable tan poco de la industria armamentística.

Lo último es que se limiten las informaciones sobre la guerra de determinadas voces que no sean las oficiales, porque se dice que dan informaciones falsas. Se cumple así una ecuación orweliana: la sobreinformación viene acompañada de limitaciones en la libertad de expresión. Y es que las guerras televisadas son un arma más de esas guerras, y posiblemente, de las más importantes: se trata de ganar e imponer la batalla del relato mediante la asfixia del pensamiento crítico, incluso de todo pensamiento. Y parece que lo están consiguiendo.

Este contenido es exclusivo para suscriptores

3 meses por solo 1€/mes

Publicidad