Hablar de guerra a estas alturas parece un anacronismo. Estos días pasados utilizamos la palabra simbólicamente para describir el conflicto que agita al Partido Popular. Visto ya con cierta perspectiva, se trata de un verdadero esperpento político el que estamos presenciando. No se entiende que ... personas dedicadas nada menos que a la actividad política incurran de pronto en reyertas infantiles.

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Ya con las aguas algo menos revueltas y a la espera de ver cómo acaba el conflicto, quizás no esté de más recordar que esto son avatares de la política, según la historia inevitables. La lucha por el poder, que en definitiva es su objetivo, provoca escándalos de esta naturaleza. Choca, eso sí, que profesionales que tienen que someterse a elecciones no sean más cautelosos al emprender ciertas iniciativas que puedan derivar en escándalo. Lo grave, y al mismo tiempo lo que invita a minimizar los incidentes vividos en la calle Génova y aledaños, es que no es nada nuevo ni inusual. Hace apenas tres años ocurrió algo similar en la sede del PSOE: el que se vislumbraba como líder prometedor salió una tarde de la sede del partido en la calle Ferraz poco menos que de la misma forma que ahora sale Pablo Casado del PP. Pero la política da muchas vueltas, y ahí tenemos a Sánchez, recuperado de todos aquellos avatares, al frente del Gobierno y, al menos en apariencia, seguro en su puesto. Más grave y complicado realmente es lo de Ucrania. Resultaba difícil imaginar estos días pasados que las amenazas acabasen convirtiéndose en un enfrentamiento armado.

Nadie podía creer, exceptuando a los que tenían información de la realidad sobre el terreno, que a estas alturas del siglo XXI el mundo, y más concretamente Europa, volviera a caer en las andadas de una guerra de grandes dimensiones: que apareciese una reencarnación de Hitler fanatizado de nacionalismo, en este caso ruso, y dispuesto a propiciar una guerra de consecuencias absolutamente impredecibles.

Todo está empezando y las perspectivas no pueden ser peores. Vladimir Putin está demostrando que no tiene escrúpulos y la OTAN, con los Estados Unidos a la cabeza, no puede cruzarse de brazos ante la agresión a un Estado soberano e indefenso como Ucrania. Europa una vez más está en el centro, predestinada a participar en la guerra en la medida de sus fuerzas y para sufrir las consecuencias que no serán buenas.

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Una guerra se sabe cuándo empieza, pero nunca cuándo acaba. Lo único que se puede asegurar de antemano es que todos los que intervienen serán perdedores. Y especialmente los que caerán -de hecho ya han empezado a contabilizarse muertos-, personas que contribuirán con sus vidas a las ambiciones de un personaje como Putin, a quien solo le preocupa su ambición de poder y de desquitarse de la afrenta de la caída de la URSS que él defendía desde el KGB.

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