Aunque el frente bélico esté centrado en Ucrania, al menos de momento, la guerra nos afecta a todos. A los europeos más, por proximidad geográfica sobre todo, pero también al resto del mundo. La amplitud de sus efectos y consecuencias es la parte negativa de ... la universalización que se ha venido consiguiendo en estos últimos años. El mundo sin fronteras, que estábamos empezando a disfrutar con satisfacción, tiene su parte negativa como estamos viendo. Lo demostró la rapidez de expansión de la pandemia. Es asombrosa la rapidez con que el microbio se extendió por los cinco continentes. Y con el microbio maldito, la crisis general que está dejando detrás. No se ha salvado nadie, sea pobre o rico, sea de izquierdas o de derechas, sea blanco o de piel oscura.
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Con esta guerra salvaje -suponiendo que haya alguna que no lo sea- está ocurriendo lo mismo. Las ambiciones y fanatismos de un nuevo Hitler, en este caso acomodado en el Kremlin, están causando la muerte, el dolor y el exilio en una sociedad que vivía en paz, que intentaba disfrutar la libertad que nunca había tenido y buscaba su futuro conforme a la voluntad de sus habitantes. Una gran parte de la comunidad internacional -por desgracia, no toda- está reaccionando con sanciones económicas drásticas contra el agresor. Son las que más suelen doler, aunque en un caso de obcecación semejante haya dudas sobre si serán efectivas para parar la agresión. La economía rusa se resentirá desde el primer momento y muchos de sus privilegiados lo sufrirán en sus chequeras. Pero esas medidas también nos afectan a los demás. Las economías de los países sufrirán, además en el momento en que intentaban superar los efectos de la pandemia.
La universalización de movimientos, comunicaciones y actividades financieras se vuelve del revés en situaciones como esta y medidas destinadas a frenar a los infractores pueden causar problemas ajenos, como el que se derivará de la expulsión rusa del Swift. Verse privadas de este sistema internacional de pagos será un golpe mortal para las finanzas rusas. Pero también complicará la actividad bancaria y comercial al resto de países. Una guerra ya es sabido que solo genera desgracias y problemas. La de Ucrania no será diferente.
Esta experiencia deja dos sensaciones: una, el rechazo que despierta la Rusia actual, incapaz de despegarse de su mentalidad imperialista y de su iluminado líder, que pasó de la gestión de las checas a gobernar un país que no acaba de encajar la democracia y el respeto a los demás. Otra es el heroico ejemplo que están dando los ucranianos ante la agresión y matanza que sufren. La solidaridad internacional que están despertando es otra muestra de que en este mundo que damos por deshumanizado todavía hay sentimientos colectivos susceptibles de emocionar.
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