«¡Estoy que lo regalo!», exclamaban en el mercado. Y es que, cuando algo es muy barato, parece un regalo. Por la misma razón, cuando un producto se regala, se abarata. En mi oficio se regalan canciones, discos enteros. Y desde el inicio de ... la pandemia, también regalamos conciertos 'online'. En el fondo, se regala porque es la única salida. Si no lo haces, desapareces y lo último que desea un artista es ser invisible.
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El proceso de lo gratuito no sucedió de un día para otro. No consiste sólo en facilitar las cosas gratis a la gente, sino que también hay que convencerla de que tiene derecho a la música sin pagar y de que todo músico que no la quiera dar gratis es un terrible egoísta. La campaña la iniciaron desde las empresas de telefonía. Todo gratis menos sus servicios, claro. Y el pueblo recibió el mensaje encantado. Luego se sumaron los servicios de streaming y los buscadores. Además, para que el proceso de lo gratuito fuera más sencillo y rápido, añadieron al mensaje una dosis de rencor social, es decir, se presentó al artista como un privilegiado porque tiene la «suerte» de vivir o malvivir de lo que le gusta.
En el caso de la música la consigna fue: «dad las canciones gratis y ya lo recuperaréis dando conciertos». Pero ahora, sin la posibilidad de tocar en directo, los artistas han visto que los anzuelos para pescar (videoclips y canciones) son muchísimo más caros que lo que se pesca (conciertos).
En el periodismo sucede igual: sólo es barato lo que no cuesta. Se regala el pseudoperiodismo de rumores que no necesita verificarse ni comprobar las fuentes. Un buen reportaje o un artículo riguroso y bien escrito requieren mucha inversión. En tiempo, lecturas, formación, contactos y, por supuesto, credibilidad. Sin embargo, leemos prensa gratis constantemente. Ahora, además, se valora más la urgencia que la profundidad, es más importante ser el primero en hacer una crítica que hacerla bien.
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Durante el confinamiento, nos dimos cuenta de que las canciones eran importantísimas. Cientos de miles de personas compartieron y tocaron canciones; se aferraron a ellas como un refugio en medio de la tormenta. También los museos, editoriales o directores de cine pusieron a disposición pública todo su catálogo en un gran acto de generosidad.
Pero, ¿era realmente necesario? ¿No tenemos ya a nuestro alcance las mejores óperas, las sinfonías, los cuadros o los discos?
La cultura y/o el entretenimiento tienen una consideración aparte. Por ejemplo, cuando hay una catástrofe o se buscan fondos para luchar contra una enfermedad, lo primero que se hace es llamar a músicos para organizar un concierto. Sin embargo, no se le pide esa ayuda a fabricantes de automóviles que son, por cierto, uno de los sectores más subvencionados.
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Lo gratis es un falso pacto de amor. Es un viaje de ida, pero no de vuelta. Genera una contradicción entre el acto de recibir y dar. Como no se establece una relación entre compra y venta, se pone aprecio, pero no precio. Y dispara la confusión entre lo gratis y lo accesible.
Pero el principal problema del gratis total es que atenta contra todo principio de igualdad de oportunidades.
No cobrar por los trabajos culturales termina provocando que sólo vayan a poder escribir y tocar aficionados a tiempo parcial o personas de clases pudientes que se lo puedan permitir. Y de ahí se deriva una cuestión de gran magnitud: que los enfoques se hagan a través del cristal de una determinada educación e intereses de clase. Las miradas sobre el mundo quedarán limitadas y perderemos las creaciones de quienes no puedan pagarse ese tiempo.
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Por tanto, la clave del futuro residirá en cómo pagar por algo que, al menos de momento, puedes conseguir gratis. Recordemos que tenemos todo, absolutamente todo, a nuestro alcance. La biblioteca de Alejandría está en nuestro bolsillo. ¿Cuál será el camino para evitar que las marcas o las grandes empresas sean las únicas que puedan pagar y, por tanto, imponer o condicionar el discurso en artistas y periodistas? El arte y la independencia de criterio no existen gratis.
Una parte de la solución es la cultura de la suscripción que, en España, aún le falta para estar arraigada. Otra, disponer de mecanismos que faciliten el pago. Estos dispositivos existen y lo hemos comprobado en el caso del fútbol, donde es casi imposible ver un partido sin pagar; se han tomado muy en serio ese negocio y cualquier tipo de pirateo está completamente perseguido.
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El gran problema es que lo que no se paga de una manera, se paga de otra. Todo tiene un precio y no pagarlo puede hacer que se termine pagando muy caro.
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