ARomualdo Alvargonzález Figaredo, 'Ruma', la muerte le llegó, como a todos los grandes, mirando a la vida. No sé por qué al enterarme lo vi allí arriba sobre el cielo de Santa Catalina y me vino, después de un instante infinito de silencio y desolación, ... una música de sentimiento que tañe mi alma. Esa de Garcia Lorca que dice:
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Tres golpes de sangre tuvo,
y se murió de perfil.
Viva moneda que nunca
se volverá a repetir.
Un ángel marchoso pone
su cabeza en un cojín.
Otros de rubor cansado,
encendieron un candil.
Por eso lo siento dentro de esa explosión de luz sobrenatural que se abre, entre las nubes, al cielo de Gijón, iluminado por los rostros llenos de resplandor de sus hijos más queridos y buenos. Me sobrepongo y salgo de los dulces recuerdos y de la admiración para rememorar a quien fue, pues desde el ejemplo de los grandes debemos seguir avanzando. No podemos quedar parados y decir: no puedo más, aquí me quedo.
Romualdo era el portador de una estirpe que se inició hace varias generaciones con don Francisco Antonio Alvargonzález Zarracina, miembro de una ya antigua familia gijonesa que durante sus fecundos 81 años emprendió numerosas actividades, muchas relacionadas con la mar, ese hogar de los playos, entre ellas, en 1828, siete años antes de su muerte y en unión de su hijo, Mateo Alvargonzález, instaló en Gijón la primera fábrica de conservas habida en el reino de España, siendo después don Mateo el primer industrial conservero español en usar envases de hojalata, labor continuada posteriormente por sus hijos: don Juan, don Romualdo y don Anacleto Alvargonzález, que abandonaría las pequeñas instalaciones de la empresa familiar en Cimavilla y en sus nuevos locales de la calle Ezcurdia llegaría a tener cerca de cien trabajadores.
Desde allí se llegó, por la acción de muchos ilustres sucesores en los que no voy a extenderme, a la excelsa figura de su padre, don Juan, que marcó una época del sector naviero español y que, sobre todo, fue un ejemplo de señorío para todos, desde los más ilustres capitanes de empresas hasta para los más humildes gavieros.
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Y de ahí nació Romualdo, que ejerció ese liderazgo ahora como presidente del grupo empresarial Ership. Consiguiendo mantener la reputación de una estirpe empresarial que nunca quiso perder su arraigo en Asturias. Lo hizo unido a sus diez hermanos que, desde los más firmes lazos familiares, han continuado tanto la singladura emprendida por su padre con la naviera Alvargonzález y, además, junto con su hermano Gonzalo, lideró los negocios del grupo familiar cuya actividad se extiende por todo el mundo y que es una referencia también en la gestión de puertos.
Don Romualdo siendo un ciudadano del mundo nunca dejó de estar íntimamente unido a Gijón y su Puerto, reflejado ello en la oficina de Ership Alvargonzález, la de siempre, que sigue siendo el referente de una gigantesca actividad profesional
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Por eso hoy lloran la montaña de Torres, el Cerro de Santa Catalina y la Playina de Jove.
Por eso tocan su triste canción además de las campanas de Somió las de La Soledad, la Colegiata, los Remedios y San Pedro, pues él estará siempre en Cimavilla, en esa casa que construyó en 1770 su antepasado y que es sede de la Fundación Alvargonzález, creada por su familia, de la que era presidente.
Yo lo conocí cuando, a partir de 2004, tuve que estar de Consejero del Puerto de Gijon y él lo estaba en representación de su sector. Allí me llamó la atención tanto su amor por el Puerto como su lucha por buscarle un futuro desde la innovación, el emprendimiento, la imaginación y la gestión de los tráficos a crear, porque sabía que aunque había que atender lo existente, era más importante mirar hacia ese futuro pues del pasado no se vive.
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Su amor a Asturias lo hacía ver que el porvenir estaba en la sinergia de todos los que vivimos en nuestra costa del Noroeste, pues el Cantábrico es la puerta de Europa al mundo: y una coordinación competitiva, por encima de localismos y endogamias, es la base de la grandeza común.
En esa 'batalla' varios formábamos equipo, unos éramos más calientes. Él decía las cosas con más eficacia y sin exaltarse, pues siempre mostraba realismo optimista, valor, iniciativa y entereza. Todos lo respetábamos pues todos, hasta los más opuestos, admirábamos su lealtad y su palabra de oro: jamás hacia falsas promesas, defendía su postura y siempre cumplía sus compromisos. Yo creo que todos nos dejamos ganar por su nobleza y su gran alma.
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Yo lo vi con buenos ojos desde el primer momento, no lo conocía de nada (era bastante más joven que yo, el de mi época era Juan) pero mi querida hermana Chita le tenía mucho cariño a su amiga Elena y él era de los de esa edad. Por otro lado quizá nos uniese el entendimiento entre los genes playos que sienten la impalpable llamada mutua. Y además nuestras familias, una desde la Soledad y otra desde los Remedios, se trataba desde hacía centenares de años.
Por eso, por encima de cualquier objetividad, para mí don Romualdo es sentimiento nacido en los 'terceros tiempos', después de terminar las largas, duras y pelmazas discusiones acerca de asuntos tan varios como el futuro del Nuevo Musel, la vida a darle para que no fuera una estatua de sal, la Zalia o la arena de la playa. Por ello primero descubrí su silencioso sentido del humor, su escuchar, sus contrapuntos brillantes como rayos, su saber debatir sin prisas, su mirada, su sonrisa y el fundirse de ambas.
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Después descubrí su bondad, su capacidad para ayudar en silencio y sin aspavientos, su generosidad: en síntesis su vieja caridad cristiana.
Como ahora soy el presidente de la Fundación Foro Jovellanos no puedo dejar de recordar el papel esencial de la familia Alvargonzález (encabezada entonces por don Juan) en su Fundación.
'Ruma', siempre que voy a Cimavilla enciendo unas velas en la Capilla de Los Remedios. Desde ahora iré por las calles de los Remedios y Oscar Olavarría adelante hasta la Soledad, para encender otras: Que se convertirán en el consuelo que nos mandará quien ya es un Arcángel del cielo:
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