Cuando un bronce se consigue contra todo pronóstico, tras sobreponerse a una dolorosa derrota, a costa de sacrificio y frente al mejor jugador del mundo, sabe a gloria. Más, cuando el camino hacia el logro ha sido tan doloroso como el de Pablo Carreño. La ... gran diferencia entre el medallista olímpico gijonés y muchos de sus adversarios es que no busca excusas en las derrotas, sino la motivación necesaria para levantarse y mejorar cada día. Y cuando gana, no desprecia a sus rivales. Carreño ha disfrutado y padecido una carrera demasiado dura como para dejarse tentar por el divismo. Cuando anunciaba su eclosión, las lesiones le tuvieron en el dique seco durante demasiado tiempo. Ha tenido que aprender a vivir con ellas, a recuperarse después de cada traspié y a trabajar más que nadie en el circuito. Su medalla no es un premio ni una suerte, sino el resultado de una carrera construida desde de la humildad.

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El partido con el que se ha colgado la medalla olímpica no solo fue el resultado de una gran preparación para los Juegos, sino del carácter de dos deportistas completamente distintos. Ambos nacieron con talento, pero uno de ellos vive instalado en la burbuja de la gloria, merecida por otra parte, y el otro siente que debe dejarse la vida en cada punto, incluso cuando el cuerpo no le responde. Djokovic destrozó dos raquetas. Carreño batalló hasta el último segundo. A Pablo hay que ganarle porque no regala nada, solo un rival mejor o una lesión pueden sacarle de la pista. En semifinales, perdió. Y no dudó en reconocer que su oponente había jugado un gran partido. No habló de la presión, del cansancio ni de los dolores que le acompañan prácticamente en cada juego. Ayer, el número uno del mundo no encontró más explicación a su derrota que su estado físico, pero obvió cualquier reconocimiento al gijonés. Pablo, en cambio, no dudó en expresar su admiración por quien, sin duda, es una leyenda del tenis. En su lista de agradecimientos no se olvidó de su familia, que tanto le ha visto sufrir para llegar a la cima del tenis, ni de su tierra. Tampoco de su equipo ni del Grupo Covadonga, que siempre le ha recibido como al mejor de los suyos, en sus muchos éxitos, pero también en cada revés. Repartió reconocimientos para todos excepto para sí mismo. Por eso, Asturias celebra el bronce del hijo de Alfonso y María Antonia con la alegría de un oro. Porque algunos deportistas siempre serán mucho más grandes que su palmarés.

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