Hace un par de semanas, se celebró el Foro Económico Mundial o Foro de Davos. En esta edición celebrada, muy significativamente, en Singapur, se planteó un 'gran reseteo' –o reinicio– de la economía mundial. Su objetivo es, según Klaus Schwab, director ejecutivo del Foro, corregir ... lo que el covid ha desvelado como disfuncional en nuestras sociedades. Un reinicio que afectaría al capitalismo y su regulación y armonización a escala mundial, pero también a la sanidad, a la agricultura o a la movilidad, siempre bajo la premisa de la cooperación público-privada en la gestión y la economía verde como principio.
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Cabe pensar, sin duda, que no dejan de ser meras iniciativas que, pasado el tiempo, se diluirán. Sin embargo, algunos indicios apuntan a que no será así. Primero, porque en el Foro han participado los principales líderes mundiales; políticos, desde luego, pero también sociales. Juraría, por cierto, que, al contrario que en otras ediciones, ninguno español; tal parece que nuestro país es cada vez menos influyente Y segundo, porque estos últimos meses muestran una sorprendente sintonía en el discurso de las más variopintas personalidades: desde el Papa a Greta Thunberg; pasando por la presidenta del Santander o nuestro presidente del Gobierno.
Tras el consenso socialdemócrata de los últimos ochenta años, iniciamos la era del consenso verde o 'Green Deal'. Pero si el consenso socialdemócrata supuso la creación, consolidación y expansión del estado del bienestar en todo el mundo occidental, todo apunta a que el consenso verde afectará a nuestras vidas de forma impredecible y no siempre agradable. Asistimos a la primera ocasión en la historia en la que, a golpe de regulación, se pretende eliminar sectores productivos enteros, reconvertir otros y, sobre todo, acelerar el alumbramiento de nuevas actividades.
De cumplirse esos planes, viviríamos una revolución en nuestra cotidianeidad. La movilidad, por ejemplo. Hay acuerdo en que el nuevo modelo debe ser neutro en emisiones. Pero si unos abogan por eliminarla en lo que se pueda, otros, como Bill Gates, apuestan por transformarla. Los primeros apuestan por universalizar el teletrabajo, el telestudio y, literalmente, penalizar los viajes de medio y largo recorrido. Algo que a los 'transformadores' se les antoja económicamente suicida. Por eso, apuestan por un mundo a pilas: movilidad eléctrica. Para trayectos urbanos y metropolitanos, el coche eléctrico recargable, quizá compartido. Para viajes de medio recorrido, se utilizarían pilas de hidrógeno o, directamente, el tren. Y en viajes de larga distancia, sería inevitable el uso del avión, impulsado por biocombustibles.
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Pero la opción transformadora también encarecerá nuestra movilidad. Luca de Meo, presidente de Renault (tercer fabricante mundial) y anteriormente de Seat, ha anunciado que el plan estratégico para la marca, bajo el lema 'renaultvolution', contempla producir menos coches, pero más caros, en torno a 6.000€ más que los actuales, y rentables. De ahí que cuente con vender menos: acceder a un coche propio será más oneroso que ahora. Sin contar con los impuestos asociados. Propulsar un avión con biocombustibles es mucho más caro, a día de hoy, que hacerlo con los actuales querosenos. Ergo volar será más caro. Eso de irse a París por 50 o 100 euros, como que no.
Es obvio que, en cualquiera de los dos escenarios, nos moveremos menos. Y el tiempo que antes dedicábamos a viajar por ocio, trabajo, estudios o compras, lo pasaremos en casa. Las viviendas españolas, con unos 80 m2 de promedio, y muy compartimentadas, no parecen las más apropiadas para trabajar, estudiar o disfrutar. Así que, cabe reformarlas o pasar alguna estrechez, más si son varios en la familia los que teletrabajan o teleestudian. Además, compraremos –Amazon incrementó un 30% su facturación en 2020– y disfrutaremos desde ellas: de nuevo Amazon, Netflix y otras plataformas de contenidos nos procurarán entretenimiento… E incluso viajes virtuales para aquellos que no puedan permitírselos reales.
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De alguna manera, estaríamos retrocediendo en el tiempo. La brecha social entre los beneficiarios de este nuevo paradigma y los que lo sufran se ensanchará, con niveles de desigualdad propios de otras épocas. Y nadie quedará a salvo: quizá veamos médicos y cirujanos virtuales… La solución a la desigualdad, sería la subvención directa: la renta básica universal. El hogar volverá a ser centro de producción y de ocio –4.0, eso sí– como lo era en tiempos de nuestros abuelos y bisabuelos, solo que cambiando la fesoria por el ordenador y la partida de naipes por la plataforma de pago. Mientras, las experiencias reales quedarían para los más afortunados: pongamos por caso, los que se reúnen en Davos –ahora Singapur– y, en general, todos aquellos que abogan por el cambio de paradigma.
Quizá piensen que estoy exagerando. Y sí. Pero quizá no tanto. Y es que las grandes empresas han visto enormes fuentes de beneficios. Todo tipo de plataformas y apps, por supuesto. Pero industrias tradicionales, poco rentables, como el automóvil, ven un negocio en la nueva movilidad: como apuntaba el citado De Meo, para una marca la rentabilidad de un coche compartido es infinitamente mayor que la que proporciona la venta tradicional. Más aún cuando se abre el filón de los datos, nuevo eje de cualquier industria.
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Pero ¿cómo conseguir semejante transformación sin descontento social? El propio Schwab percibe el covid como una versión beta del futuro. Tras constatar 'los sacrificios' asumidos en aras de la salud pública, nuestra capacidad para para aceptar restricciones en derechos fundamentales y asumir cambios radicales en nuestras costumbres, se anima a perseverar para lograr el 'sueño' del gran reinicio, consagrando el miedo –acompañado por los datos, supongo– como herramienta de control social, a través del ecologismo apocalíptico, reforzado ahora, para evitar revueltas como la de los 'chalecos amarillos', por el valor de la salud pública.
No tengo muy claro que esta distopia verde, virtual, aséptica y a pilas, de reuniones sin apartes informales, sin cafés propicios al cotilleo, sin encuentros casuales de supermercado y de congresos sin contactos de pasillo; de movilidad limpísima hasta lo virtual, sea el anhelo de la humanidad. Supongo que, aún siendo conscientes de lo deseable de cierto reseteo, tratemos de matizar, de retardar esos planes megalómanos, cuya antesala serían esos zócalos urbanos, antes deslumbrantes y ahora inertes, que recuerdan a aquella Roma del 'panem et circenses' que poco a poco cerraba sus termas y coliseos.
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Mao puso en marcha, allá por 1958, un plan colosal, el Gran Salto Adelante, para llevar China a la modernidad. Los chinos pagaron sus catastróficas consecuencias incluso con la inanición, hasta que Deng decidió abrir el país al mundo. Confiemos en que el Green Deal que las élites nos proponen no constituya un gigantesco salto al pasado, aunque sea 4.0. No, al menos, para la mayoría de nosotros.
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