El científico británico James Lovelock afirma que Gaia, la Tierra, es un ser vivo capaz de autorregularse para encontrarse cómoda. Por eso ahora va a ajustar cuentas con un bípedo minúsculo llamado hombre, pues se ha hartado de que él instale encima de su epidermis ... asfaltos y urbanizaciones asfixiantes. Lo hará porque Gaia siempre ha ido a su aire, y nunca mejor dicho, y explota cuándo y cómo le apetece, que le importan un pito los parásitos que viajamos en su lomo a 1.200 km/h. de la rotación, a 107.227 km/h. de la traslación alrededor del sol, y a los 600.000 km/s de los meneos que da la Galaxia Vía Láctea en cuyo seno se integra nuestro sistema solar. Galaxia que también culebrea por el cosmos infinito para que los viajeros de ese viaje astral alcancemos dos millones de km/h. de velocidad en el vacío, sin despeinarnos y sin notar el viento de cara, algo tan mágico que no lo mejora ni el metaverso más imaginativo. Lo malo es que Gaia, la Tierra, por estar hasta los polos del tóxico hombre, ya ha comenzado a frenar su marcha para acomodarse a la biosfera que la circunda. Su núcleo interior, una enorme pelota de hierro y níquel que arde a unos 5.000 grados y que está implicada en el asunto, se está parando como el burro que se niega a tirar del carro. Lo cual va a repercutir en la corteza que pisamos, esa superficie terrosa por cuyas grietas la vengativa Gea suele exudar, mira La Palma, lavas destructoras.

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Por lo visto, la cosa amenaza con tomar formas de catástrofe. Se prevé que el prólogo se produzca en un lugar próximo a la turística isla griega de Santorini, cicládica islita de origen tan volcánico como Las Canarias. A pocos kilómetros al norte, y hundido en el fondo del mar, se halla el volcán Kolumbo, en griego, 'sumergido'. Pues bien, los geólogos han detectado que en su caldera, una gigantesca bola de magma está solicitando plaza para sumarse a la temporada de verano. Cómo será la cosa que algunos creen que pronto se repetirá una explosión como la que antaño horadó Santorini y que fue el origen de la leyenda de la Atlántida, el mítico continente perdido. No sería extraño. La historia aun recuerda la explosión del Krakatoa que en 1883 amplió la brecha entre Sumatra y Java, y cuyas cenizas produjeron un invierno de sombra y polvo en todo el globo terráqueo. Algo que también puede explicar el porqué de la 'Pequeña Edad de Hielo', otra misteriosa glaciación sobrevenida cuya causa se desconoce, que enfrió Europa durante varios siglos. Lo cual obliga a quienes vivimos arrojados a la existencia a tomarnos tan irremediable cosa como si no fuera con nosotros. ¡Menuda es Gaia!

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