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Aestas horas todos sabemos, en este confín del imperio, que dos reputados arqueólogos asturianos acaban de proclamar en un congreso internacional algo obvio: que el Gijón romano no tiene la importancia de Lugo, Tarragona o Mérida. Como es lógico, la patria del aumentativo se ha ... levantado indignada ante el 'fuego amigo', con una irritación que estaría mejor empleada en exigir que se investigue el patrimonio que está aún bajo tierra.
Se reconoce una obra clásica porque podemos hablar bien de ella sin haberla leído; en cambio, el artículo académico es un texto que no se paga en dinero sino en prestigio, del que se puede hablar mal sin haberse molestado en leerlo. Esta diatriba que cuestiona la romanidad de la villa de Gijón suena a la típica lucha contra el anonimato de muchos autores, hartos de pasar horas muertas en sus gabinetes, abrumados por su propia sapiencia. En mis tiempos de facultad recuerdo haber escrito 'incapie' en un trabajo académico, para comprobar que la profesora no se había molestado en leerlo. También viví el desdén de uno de aquellos funcionarios de lo erudito, que arrojó a la mesa con desprecio uno de mis libros al descubrir que no aparecía su nombre en la bibliografía. No es precisamente la Magna Mater, ni sus satélites, el ágora consagrada al conocimiento que buscábamos cuando nos acercamos, recentales, ante sus impenetrables muros. Lejos de mi intención quitar mérito a cualquier intento valeroso de cuestionar el edificio del conocimiento. La historia es un horizonte que se va alejando cuanto más nos acercamos a él.
Tristemente, muchas de las pruebas que los autores echan en falta para categorizar el Gijón romano están desaparecidas. El 'modus operandi' siempre es el mismo, y hablo solo de lo que conozco. Durante las obras de cimentación del Puente de los Santos, un buzo encontró un ancla romana y restos de cerámica, hoy probablemente arrumbados en una caja de cartón, porque los contratistas prohibían que se informara de cualquier hallazgo para evitar la paralización de las obras. Si esos materiales aparecieron allí es porque existía una ruta comercial que pasaba por Gijón, un emplazamiento importante, aunque solo fuera una 'franquicia' imperial. El segundo caso es el de un fresco perteneciente al conjunto termal del Campo Valdés, vuelto a enterrar a causa de las obras de urbanización, al no considerarse oportuna su musealización. Lo cuento tal y como me lo confió la persona encargada de taparlo, siguiendo órdenes superiores. Dada la orografía escarpada de Cimadevilla, no es extraño que falte el 'cardo' y el 'decumano', aunque sí tenemos una muralla, que a pesar de su discutido recrecimiento, demuestra cómo aquí existió una cantidad notable de efectivos militares, ya fueran legionarios, con posible base en León, o tropas auxiliares. En uno y otro caso se trataría de un lujo muy costoso para quienes explotaban una fundación que debería proveerles de unos beneficios proporcionales a la inversión. Según algunos indicios, el puerto principal de este conjunto disperso pudo estar en San Andrés de los Tacones, aprovechándose de la navegabilidad del Río Aboño, que ya recoge Jovellanos en sus escritos.
Gijón pudo tener su propio puerto en el tómbolo arenoso que unía el núcleo de Cimadevilla con tierra firme. Un precario embarcadero similar al descrito en La Isla, por la arqueóloga recientemente fallecida Gema Adan, desde donde supuestamente se exportarían caballos asturcones a Roma. Una tesis reforzada por la existencia de vestigios de dos templos dedicados a Mitra, uno de los cultos preferidos por los marinos y militares romanos durante los primeros cuatro siglos de nuestra era.
Pensando en positivo, esta polémica debería servir para darnos cuenta de la necesidad de invertir en conocernos mejor. Es fácil deconstruir lo que aún no ha sido construido y centrarse en una revisión de lo publicado por otros, como manera de reclamar atención. A mí, como historiador y gijonés, me irrita bastante más que tengamos en nuestro termino municipal la villa de Beloño sin excavar, o el incierto destino de la lápida de la 'Fortuna Balnearia' -encontrada en Gijón-, o que ignoremos la existencia en la antigua Britannia de un fuerte romano llamado 'Cilurnum', custodiando el Muro de Adriano. Su nombre honraba a los proto-gijoneses cilúrnigos, ya citados por Plinio 'el Viejo'. Allí se acuartelaron quinientos jinetes, antepasados nuestros, enrolados como soldados de fortuna en la lejana Albión. Formaban el Ala II Astur, perteneciente a la Cohorte I Vangionum, compuesta principalmente por mercenarios germanos y dálmatas y comandada por el Legado Ulpius Marcello. Una lápida agradece a estos asturianos del año 123 d. C. su trabajo construyendo una canalización de agua.
Para los estudiosos citados no cabe mayor agradecimiento que el olvido. Contemplando el panorama, mejor hubiéramos seguido siendo paganos.
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