A mí no me gusta ver la ciudad así. Esto es, desbordada por la gran cantidad de gente que recibe. Es la consecuencia directa de ese turismo de masas que ha vuelto a la actualidad. Si recuerdan, ya era un tema candente antes de que ... llegase esta pandemia. El debate se encontraba en las consecuencias que también trae consigo esta aglomeración de personas. Problemas, como digo, de espacio porque las infraestructuras no dan para más, de convivencia puesto que casi no se puede uno mover, y de alteración de la vida cotidiana del gijonés de a pie. Hasta ahora, claro, lo estábamos dado por bueno por la actividad económica que genera. Máxime, teniendo en cuenta la situación de la que venimos donde la hostelería y el sector turístico lo han pasado muy mal.

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Sin embargo, el modelo de «cuantos más vengan mejor» puede que no dé ya más de sí. Genera tantos beneficios como inconvenientes. Entre ellos, que la ciudad está a reventar durante estas fechas, mientras que el resto del año el número de visitantes cae en picado.

A poco que nos descuidemos se producirá el mismo fenómeno que en toda la costa asturiana: la temporalidad. O sea, durante el invierno gran parte de los servicios se cierran -incluidos bares, restaurantes o los hoteles- puesto que no compensan tenerlos abiertos. Desde luego, yo no quiero un Gijón que hierve durante apenas dos meses, pero que en los otros diez se encuentra mortecino.

En particular, esta temporada, se han dado varios factores que han amplificado este aluvión de visitantes veraniegos.

El primero, sin duda, la ola de calor que ha asolado al resto de España. 'Lucifer' (que así se llama) ha hecho que una buena parte de la población mire hacia el norte como destino de referencia. En concreto, llama la atención que, cuando se le pregunta al turista de otras comunidades, no le importe ni el orbayu. Es más, lo ven casi como una bendición recordando el horno de donde proceden. Resulta curioso, pues, que lo que a nosotros nos fastidia (no ver el sol ni por asomo) lo den por bueno. Segundo, el tema de la vacunación. Mucha gente retrasó sus vacaciones a la espera del pinchazo en su lugar de origen. Eso hizo que julio fuese bastante flojo, quedando lo más gordo para agosto. Y tercero, el desparrame pandémico. Esto es, algunos quieren desquitarse de los confinamientos a base de botellones y fiestas ilegales, lo más lejos de su casa. Ciertamente, un tipo de turismo que ni conviene, ni debemos fomentar.

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