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Tuvieron nombre antes que futuro. Les llamamos generación Z porque despedían un milenio y les etiquetamos como los mejor formados de la historia. Nativos digitales, les auguramos un porvenir brillante pero incierto, les entregamos en herencia nuestras frustraciones y les pedimos que salvaran el mundo ... que sus predecesores maltrataron como si el mañana no importara. Se les prometió un porvenir más igualitario, tecnológico y sostenible, una vida cómoda que debe resultarles difícil atisbar en el horizonte. Porque antes de que pudieran tomar sus propias decisiones han sufrido una crisis económica, una pandemia, una guerra en Europa y todo el peso de los errores de la generación anterior. Ahora descubrimos que uno de cada cuatro españoles entre 15 y 29 años toma ansiolíticos. Según recoge el 'Barómetro Juvenil' realizado por las Fundaciones FAD Juventud y Mutua Madrileña, más de la mitad de los jóvenes españoles reconoce haber sufrido problemas psicológicos, psiquiátricos o de salud mental en el último año. Señalan como síntomas más frecuentes la sensación de tristeza, poco interés en involucrarse en actividades y serios problemas de concentración. El diagnóstico de la Asociación Española de Pediatría refrenda la situación desde un punto de vista sanitario. Los médicos han detectado un dramático incremento de los adolescentes con síntomas depresivos o de autolesiones. Tantos, que los médicos han pedido a las administraciones que preparen a los equipos sanitarios para afrontar la situación como si de una nueva pandemia se tratara.
Con los datos sobre la mesa, parece que la generación Z, que muchos tacharon de acomodaticia, hedonista e inconsistente antes de que pudiera madurar, es sobre todo una generación triste, con dudas y angustiada, en la que resulta difícil encontrar la esperanza, ni siquiera la rebeldía inherente a la juventud. Los especialistas aseguran que el confinamiento ha dejado en ellos una profunda mella. Se han hecho sedentarios y solitarios. Su relación social se ha hecho más virtual, su ocio, doméstico y su percepción de la vida, mucho más negativa que la de sus mayores. Nuestros jóvenes han cambiado porque han sufrido, pero a las administraciones parece costarles entender la situación en la que se encuentran más allá de ponérselo un poco más fácil para que consigan el título de Secundaria. No han sido los jóvenes uno de los grandes focos de las medidas sociales adoptadas en los últimos meses. Ni siquiera uno de los principales asuntos de debate político. Tal vez porque muchos de ellos aún no votan. Quizás nos sorprendan cuando lo hagan.
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