El día 4 de enero se cumplió poco más de un siglo del fallecimiento, en Madrid –4 de enero de 1920– de una de las más relevantes figuras literarias españolas del siglo XIX. Nacido en las Palmas de Gran Canaria, el 10 de ... mayo de 1843, y representante por excelencia de la novela realista de la época, fue miembro de la Real Academia Española de la Lengua desde 1897 y mantuvo estrecha amistad con destacados autores asturianos, entre los cuales destacan Ramón Pérez de Ayala, Leopoldo Alas y Armando Palacio Valdés. En 1876, año en el que publicó 'Doña Perfecta', y en compañía del novelista cántabro José María de Pereda, el escritor visitó el Principado y, acompañado de Clarín, visitó Covadonga, Oviedo, Gijón y otros lugares de la región. Galdós firma el prólogo de 'La regenta' (Madrid, 1901) y anota: «Desarróllase la acción [...] en la ciudad que bien podríamos llamar patria de su autor, aunque no nació en ella, pues en Vetusta tiene Clarín sus raíces atávicas, y en Vetusta moran todos sus afectos, así los que están sepultados como los que risueños y alegres viven, brindando esperanzas; en Vetusta ha transcurrido gran parte de su existencia; allí se ininció su vocación literaria –continúa Galdós–; en aquella soledad melancólica y apacible aprendió lo mucho que sabe en cosas literarias y filosóficas: allí están sus discípulos. Más que ciudad, es para él Vetusta una casa con calles, y el vecindario de la capital asturiana una grande y pintoresca familia de clases diferentes, de variados tipos sociales compuesta ...».
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En la vida amorosa de don Benito hay episodios muy sonados. Hombre muy dado a alegrarse la pestaña ante la presencia de ciertas damitas en flor, Galdós no es capaz de domeñar los impulsos de su fogoso corazón hacia el de cierta moza asturiana, guapa y muy diestra en romper corazones: la parraguesa Lorenza Cobián González –nacida en 1851 en la aldea de Bode, municipio de Parres, y desaparecida en Madrid en 1906–, dueña de atributos personales de tal encanto que en seguida le abren paso en la corte, hasta dejarse llevar de las llamaradas que le lanza la pestaña caliente de don Benito.
El canario y Lorenza se hacen novios y dejan una heredera en común, María Pérez Galdós Cobián.
Las cartas cruzadas entre don Benito y doña Emilia Pardo Bazán dan cuenta del elevado cariz erótico que contenía el idilio entre ambos: «Le hemos hecho la mamola al mundo necio, que prohíbe estas cosas; a Moisés, que las prohíbe también, con igual éxito; a la realidad, que nos encadena; a la vida que huye; a los angelitos del cielo, que se creen los únicos felices, porque están en el Empíreo con cara de bobos tocando el violín... Felices, nosotros». Y no faltan requiebros de esta guisa: «Te amo como un pedazo de mejilla y una guía del bigote»; «Yo haría por ti no sé qué barbaridad»; «En cuanto yo te coja, no queda rastro del gran hombre»; «En prueba, te abrazo fuerte, a ver si de una vez te deshago y te reduzco a polvo»; «Miquiño del alma, ratonciño querido, monín, fachina amado, pánfilo de mi corazón, me están volviendo tarumba tus cartitas»; «Te muerdo un carrillito y te doy muchos besos por ahí, en la frente y en la boca»; «Rabio también por echarte encima la vista y los brazos y el cuerpote todo».
Sin embargo, es la analfabeta y asturiana Lorenza Cobián González quien acaba entrando en la vida sentimental de don Benito hasta resquebrajar el idilio del escritor con la gran escritora gallega.
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