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Todo es provisional, incluso el planeta que, dentro de 4.500 millones de años, cuando el sol se apague, también terminará convertido en una uva pasa. Todos somos aspirantes a fósiles que serán desenterrados por entidades que, posiblemente, ni imaginemos. Y si nuestros huesos se ... han desintegrado, podrán quedar los icnofósiles, las marcas identificables que reflejarán nuestra morfología, al igual que las huellas de los dinos en la playa de La Griega. Las huellas de homínidos más antiguas tienen 3,6 millones de años, y fueron impresas en Tanzania. Era una familia, moviéndose con paso incierto, igual que otra familia podría desplazarse hoy hasta la playa para disfrutar de nuestro sol antropocénico. Entremedias, la temperatura subirá, habrá sequías e inundaciones, incendios y tormentas; las líneas de los continentes se volverán a dibujar, naciones enteras se hundirán bajo el mar, se liberará el permafrost ártico... El mismo Brecht prometía que nada quedará de las grandes ciudades salvo los vientos que soplan a través de ellas. La literatura y las películas tienen en el paso del tiempo una de sus vetas más generosas, y nosotros, cuando paseamos entre ruinas, nos hacemos la misma pregunta: qué será de nosotros, de los lugares que habitamos, si urbes más poderosas quedaron borradas en el tiempo.
Hay alguien que se ha dedicado a reflexionar sobre el rastro que dejará la civilización humana en un futuro sin hombres. Somos una cáscara muy frágil, una breve chispa de conciencia, y algún día, parafraseando a Gil de Biedma, el ser humano dirá «ahora que de casi todo hace veinte años». Así lo explica David Farrier en su ensayo 'Huellas' (Crítica). El escocés nos habla del cemento que dejaremos atrás, los enormes agujeros de las minas al aire libre, los residuos radioactivos que permanecerán enterrados, las toneladas de aluminio producidas desde mediados del siglo XX, que podrían cubrir al completo todo Estados Unidos. Se calculan unos cincuenta millones de kilómetros de vías por todo el mundo, lo suficiente para dar la vuelta a la tierra 1.300 veces, y en su pavimento enterrado o sumergido quedarán fósiles suficientes para dar testimonio de nuestro paso. Los túneles como el de Laerdal, en Noruega, que se extienden 25 kilómetros, o el Zhongnanshan, en China, son los que tienen más posibilidades de ser descubiertos con el mayor grado de conservación.
La quema de fósiles ya ha dejado una huella indeleble en la atmósfera, y en el futuro profundo podrán leerla con nitidez. La arena, cuya demanda global sólo es superada por la del agua, dejará enormes cicatrices en colinas y montañas. También seremos conocidos por nuestros agujeros: el Pozo Superprofundo de Kola, en el noroeste remoto de Rusia, tiene sólo 23 centímetros de diámetro, pero desciende 12 kilómetros. El hielo que se derrite en los polos aumentará el nivel del mar, y en el año 2100 alrededor de 200 millones de personas habrán sido desplazadas de la costa. California desaparecerá, Reino Unido se quedará a la mitad, Beijing tendrá playa, para hacer turismo en Nueva York habrá que ponerse un equipo de buceo. Y la letanía continúa: Yakarta, Cancún, Buenos Aires, Miami, Lagos, Copenhage, Calcuta... todo quedará bajo decenas de metros de agua. La parte positiva es que, igual que Pompeya, se conservarán relativamente bien para los futuros arqueólogos con antenitas y cinco patas, protegidas por el agua y el barro.
En el hielo también quedará grabado nuestro paso por la Tierra. Ahora mismo se pueden leer en sus diferentes estratos hechos como la conquista de América o el comienzo de la industrialización. Una biblioteca helada que recoge las fluctuaciones de la atmósfera a lo largo de miles de años, igual que los anillos de los árboles. Registra hechos como la erupción del Tambora en 1815, en Indonesia, cuyas cenizas interrumpieron los patrones climáticos en todo el planeta, o los restos de lluvia radioactiva de los experimentos atómicos de los años 50, o el final de los años 80, cuando nos dimos cuenta del enorme agujero en la capa de ozono. Nuestro autor también nos recuerda el peligro que tiene la desaparición del permafrost, que almacena el doble de carbono del que existe ya en la atmósfera, aparte de virus tan antiguos como letales. Una verdadera caja de Pandora.
Las huellas vendrán también de los cuatro millones de horas de contenido que se suben a Youtube cada hora, de las 3,8 millones de búsquedas de Google cada minuto, de los 13 millones de mensajes enviados, los 473.000 tuits o los tres millones de mensajes de Facebook. Todo se sostiene a base de energía que mantiene funcionando los 8,4 millones de centros de datos esparcidos por el mundo. Rastros digitales, una memoria paralela al hielo almacenada en bits de código binario y puntos de luz. Una biblioteca que desprende una cantidad enorme de calor, que depende de poderosos sistemas de aire acondicionado, y que es la responsable del 2% de la huella de carbono en la atmósfera.
Un apartado especialmente apasionante es la forma de almacenar los residuos radioactivos, de modo que, dentro de millones de años, nuestros arqueólogos con antenas puedan leer los mensajes de forma inequívoca. El uranio mantiene su capacidad de matar durante una media de 4.500 millones de años (lo que le queda al planeta), así que las zonas de peligro utilizarán semióticas especiales, como si fueran tumbas egipcias malditas. Hay dos formas diferentes de hacerlo, una la han desarrollado en Estados Unidos, y la otra, en Finlandia: ustedes podrán decidir cuál es la mejor, pero, para ello, tendrán que leer el libro.
Este ensayo también nos habla de los organismos que podrán resistir hasta el final, y no somos precisamente los humanos. Ni siquiera las cucarachas. Quienes más papeletas tienen para seguir aquí cuando se acabe el sol son las medusas, cuya capacidad de supervivencia está suficientemente acreditada: llevan en el planeta desde hace 700 millones de años. Y, posiblemente, quienes apaguen la luz sean los organismos extremófilos, bacterias que pueden vivir en el fuego o en el hielo. Para entonces, nosotros hace mucho que seremos polvo, pero nadie podrá negar que fuimos quienes más enamorados estuvimos de la vida.
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