Esta semana España ha encontrado la fuente de la salud territorial. Y en ella ha llenado un primer depósito con 10.000 millones de euros, procedentes del caño 'Recuperación', que se suman a los 9.000 millones adelantados en agosto como anticipo, al serle aceptado ... por la UE el plan presentado en febrero de 2020. Los de ahora se dan por haber pasado el primer examen. ¡Enhorabuena! Eran 52 cuestiones relativas al cumplimiento del plan. Algunas eran prácticas, como las reformas laboral, fiscal, de la Seguridad Social; otras eran pasos en la ruta de una economía menos carbónica y más silícea. Hasta 2026 habrá un examen cada seis meses, para demostrar que se cargan proyectos con el caudal de 140.000 millones de euros reservados para España, de forma directa y en préstamos.

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El relato de los fondos europeos se construye como fuente de la salud. Si un país la encuentra se remocica. Parece fácil. No lo es. Se necesita esfuerzo inteligente y sostenido; un mapa, para no perderse en la ruta; y una lógica especial, para organizar la competición: contra el reloj, los elementos y las propias insuficiencias. Los fondos de recuperación responden al método de planificación de la UE, cuya lógica de uso dice: -Yo te doy financiación para tu proyecto, si me demuestras que es pertinente, que encaja dentro de los objetivos de la Unión. Y ¡ojo!, que lo vas a trabajar conforme a mis principios liberales. Así incentivan a los estados a buscar las fuentes que fertilizarán el territorio. Hay varias, pero su manual es común y recomienda: actuar por proyectos, explicitar los retos, utilizar mapas para señalar los hitos alcanzados, fijarlos por indicadores... Y tener en cuenta que el grifo tiene temporizador, y que lo cierran si no se cumple.

El impacto de la pandemia da relevancia al fondo de recuperación, pero también están otros, como el de Cohesión; sin embargo, su responsable en la Comisión Europea advierte de que España no tiene capacidad para tomar agua de dos caños, que solo atiende a uno: el de recuperación. Quizás se deba a que no hay presión administrativa. Ni en las alturas, ni en los pisos bajos del sistema, donde se tienen que concretar los proyectos. Para la administración local y regional serán una prueba de esfuerzo, pues deberán variar la lógica que mejor practican: la del expediente. Impresa en su ADN desde que a Felipe II le sirviera para gestionar un imperio mediante letrados, que visando papeles constituían «los estados mayores sociales que engendran tropezones», escribía en 1915 Gonzalo de Reparaz en su 'Geografía política'. Años después 'National Geographic' ilustraba un artículo sobre España con una foto de un portal de la Plaza Mayor de Salamanca orlado de placas de abogados. Con ella quería dar cuenta de la importancia de esa titulación (que comparto, aunque no practico) en la administración del país. Que había creado batallones de gastadores del tiempo. Por lo visto, ya lo sabían Vasco Nuñez de Balboa, pues le pide al Rey que le envíe refuerzos pero no letrados, o Pedrarias de Ávila, que en su expedición al Darién prefiere ir con pocos que acompañado de pleitos. Durante el XIX se edificó un nuevo Estado. Los protagonistas también fueron abogados, aunque algunos incorporaban un punto emprendedor, pues habían destilado una historia cosmopolita y aventurera; por eso estaban hechizados por la geografía, que utilizaban para patear el territorio, escuchar a la gente, e innovar con proyectos el campo que cultivaban. Esta síntesis era una novedad. Surgió en la universidad más pequeña de las diez que entonces había en España, la de Oviedo. Los impulsaban 'profesores de la energía', que empujaron al país a su edad de oro. Al final una historia despiadada se los llevó por delante. Pero queda su mensaje: actuar con lógica de proyecto.

Que ahora la Unión Europea utiliza para impulsar la recuperación del continente. Nuestras tres administraciones se reabastecen con procedimientos inerciales. Que no sirven para maniobras de urgencia, en las que hay que moverse con proyectos y no con papeles. Si una deja sin gastar un cuarto de su presupuesto no puede decir que su gestión sea eficaz. Y de ahí para abajo la calificación debería parecer desoladora. El sistema administrativo podría construir un prototipo para saber si admite como complementaria la lógica de proyecto. Puede ganar mucho. Lo haría más eficaz. Para ello tendría que simplificar la normativa, y generar una atmósfera proclive a la creación. Para eso necesita facultativos, y encuadrarlos en oficinas de proyectos. Y un staff político que comparta una visión que acierte a penetrar la niebla generada por la burocracia y la transacción anual de la pacotilla.

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El asunto no es patrimonio español. Ni reciente. Dirigentes de sistemas autoritarios se ufanan de su eficacia administrativa y de que las democracias no puedan seguirles el ritmo. Pero la lógica de proyecto, de talante liberal, busca practicarse entre todos los participantes, que con ella dejan de ser beneficiantes y, así, amplían el capital social de un territorio. En él, la administración es un agente relevante; por eso, los demás le piden diligencia, pues las oportunidades de desarrollo son efímeras. La fuente tiene varios caños, ha comenzado a manar, luego se escosa.

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