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Me temo que las medidas de ahorro energético impuestas por el Gobierno nos acabarán pareciendo una nimiedad. Incluso que el presidente, Pedro Sánchez, anime a quitar la corbata, adquirirá pronto el carácter de anécdota. También el que las temperaturas interiores estén reguladas -19 grados en ... invierno y 27 de máximo en verano- se nos olvidará en cuatro días. O que los edificios públicos y escaparates comerciales tengan que estar apagados antes de la diez de la noche.
Todo ello, porque lo que se nos viene encima es mucho más contundente que eso. Díganme cómo van a pagar la factura de la luz o el gas una familia cualquiera, si su precio no para de subir. Es decir, pese al tope en el precio del gas para la generación de electricidad, las facturas que llegan producen auténtico terror.
Exactamente lo mismo que los edificios que disponen de servicios centrales, donde el incremento en la partida que gastan en combustible los hace inviables. Díganme, pues, cómo vamos a pasar este invierno, cuando la mayoría de la población estará asfixiada por una inflación galopante en torno a los dos dígitos. O cuando la mayoría de las empresas pasen a modo supervivencia, ya que muchas se verán abocadas a cerrar por unos costes inasumibles y el bajón en el consumo. A mí me parece que esto es lo importante y no el que la ciudad parezca más o menos triste. Ni que tal o cual gobierno autonómico se revele a acatar las medidas, puesto que lo realmente preocupante y doloroso está por llegar.
Máxime, si tenemos en cuenta que, aunque desde instancias gubernamentales digan lo contrario, el suministro energético no está plenamente garantizado. Ya estamos viendo lo que producen los cortes parciales en el gas ruso, imagínense cuando sea total. Igual tenemos que vivir una época de racionamiento como en periodos de guerra.
En Alemania, sin ir más lejos, están recomendando bajar la temperatura del agua de la ducha a sus ciudadanos. Sinceramente, creo que todas las polémicas que estamos viendo este verano son fuegos fatuos. Métodos de prueba y error impuestos por nuestros gobernantes, para ver hasta dónde puede llegar nuestra capacidad de resistencia.
Fíjense si no en cómo están anticipando los mercados la verdadera crisis. En el de trabajo los datos son bien claros: ha subido el paro en pleno mes de julio. Cosa que no había ocurrido ni en 2012, cuando teníamos una economía a punto de ser rescatada.
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