A mí el señor Sánchez me hace mucha gracia. También me aterra, pero gracia, sí me hace, sí. Por el descaro. Por la jeta. Por la absoluta falta de escrúpulos. Pone cara de asco e indignación y clama contra la 'foto de Colón' para apoyar ... al kantiano Gabilondo, mientras alerta contra la amenaza de la 'ultraderecha', como si Mussolini estuviera a punto de iniciar su marcha sobre Roma. También me fascina esa propensión a mezclar cosas, fascismo, centroderecha, liberalismo, franquismo, como en los 'mash-up', los libros donde se combinan dos mundos literarios dispares, como Jane Austen con los zombis.
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Veamos los hechos: el 10 de febrero de 2019 se produjo una manifestación en la plaza de Colón (yo estuve). ¿Qué se reivindicaba? Pues nada menos que la defensa de la unidad de España y el orden constitucional, que no es poco. Tres periodistas leyeron un manifiesto ante unas cien mil personas con banderas españolas y europeas, apoyando la Constitución, la unidad de España, la soberanía nacional y la independencia de los jueces. También recuerdo que se reclamaban elecciones. O sea, para el señor Sánchez reivindicar las bases mismas de la democracia es fascismo. Creo que incluso 'Julia', el busto de doce metros con perspectiva aberrada de Jaume Plensa, pondría cara de sorpresa. Sigamos.
¿Qué estaba sucediendo en esa época para que tanta gente se reuniera en Colón? Nuestro admirado Sánchez estaba manteniendo negociaciones secretas con un troll, el señor Torra, y el 20 de diciembre de 2019 Sánchez y varios de sus ministros hicieron una visita oficial a Cataluña como si fuera un encuentro bilateral entre dos naciones. Tras el encuentro 'en la cumbre', se emite un comunicado en el que se comprometen a abrir un diálogo efectivo a fin de solucionar el conflicto catalán. En román paladino: la independencia, como si no hubiera habido un golpe de estado institucional en 2017, como si no existiera una Constitución, como si no existiera una mayoría de españoles en contra. Además, el troll había entregado un documento al señor Sánchez con 21 exigencias, en el que, entre otras lindezas, se pedía el reconocimiento del derecho de autodeterminación, una comisión internacional de mediadores (jua, jua), etc. Es decir, la gota que colma todo vaso. La reacción no se hizo esperar, y un servidor, con 99.999 personas más, nos plantamos en la plaza de Colón para exigir que terminase el cachondeo, y que dejaran de poner en peligro la soberanía nacional. Eso es lo que representa la foto de Colón. La simple reivindicación de unos ciudadanos españoles contra el chantaje del 'proceso', y en defensa de la democracia. Sigamos.
El señor Sánchez me hace gracia. Cómo no va a hacérmela. Y eso que le reconozco un pensamiento a lo general Narváez, que conminado 'in articulo mortis' por su confesor a perdonar a sus enemigos, adujo que no podía porque los había fusilado a todos. Pero, insisto amigos, cómo no voy a flipar con él. Dice que en Madrid la señora Ayuso no puede pactar con Vox porque representa la ultraderecha, cuando él pacta con filoterroristas, independentistas, golpistas, nacionalistas y con la ultraizquierda podemita, y después, a eso, lo llama progresismo. ¿Qué Vox ha dicho algún disparate? Claro que sí, como todos, pero no recuerdo que quiera cargarse España y pasarse por el forro la Constitución y sugerir que se monte algún gulag para columnistas de mi calaña, como el señor Iglesias y sus montoneros. Por cierto, mi enhorabuena tovarich Pablo: pasar de tener un humilde pisito a un patrimonio de millón y pico de euros, y en tan poco tiempo, no lo hace todo el mundo (solo el señor Simón podría estar al nivel: 5.462 euros al mes por distinguir entre olas y olitas). Sigamos.
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Claro que el señor Sánchez me hace gracia. Era demasiado predecible que, en cuanto la señora Ayuso adelantó las elecciones por la chapuza de sus intrigas, toda la artillería roja se pondría a escupir fuego. Madrid, epítome del desmadre, repiten las televisiones afines; imágenes apocalípticas de gabachos 'mamados como osos', y de inmediato la ministra de Sanidad intenta adelantar toques de queda y aumentar las restricciones para la hostelería. Resulta curioso, porque las estadísticas reflejan que el comportamiento de Madrid en pandemia, sobre todo durante la tercera ola, ha sido mejor que el de la media de España. Resulta chocante, porque yo salgo todos los sábados y me tomo una cañita y me pateo la ciudad cruzando varias zonas y, miren, sin novedad en el frente. Quien conozca la capital sabe que los guiris borrachuzos se concentran en la plaza de Santa Ana y en la Plaza Mayor, que es lo único que les suena, y luego los bocachanclas de la propaganda se dedican a cerrar el ángulo de cámara y a repetir que Madrid entera es una fiesta y que los 'springbreakers' de Miami, al lado de la capital, un convento de clausura. Cómo será, que hasta el alcalde de Valencia ha culpado a Ayuso de que el futbolista Marcelo se haya ido a remojar con la familia a una playa valenciana. Y, de todas formas, si el señor Sánchez estuviera tan preocupado por las tajadas de los extranjeros, le basta, que yo sepa, con controlar los aeropuertos y las carreteras por donde llegan los guiris, ya que Su Persona es quien ostenta las competencias. Sin embargo, no parece que los 'mozos' y los 'ertzainas' estén por la labor, y en Barajas tampoco veo mucho filtro, que digamos.
Juergas y beodos hay en más sitios de España, pero la diferencia con Madrid es que aquí se ha optado por no cerrar a cal y canto, por intentar un equilibrio entre economía y salud que los madrileños agradecemos. El cansancio psicológico es un hecho, las depresiones están ahí, las cuentas corrientes esquilmadas, también, y mientras las cifras comparativas permanezcan estables, el bienestar económico y psicológico de la población necesita cierta manga ancha. Con la política que nos impondría el señor Sánchez, vía Gabilondo o vía Iglesias, lo único que nos quedaría para poder comer sería abrirnos un perfil en Onlyfans (quienes puedan).
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