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Si no me he despistado a la hora de revisar la composición de los parlamentos europeos, España es el país que cuenta con mayor número de partidos políticos con representación en las cámaras. Solamente Israel, al menos que a mi me salgan las cuentas, iguala ... este récord español que, por muchos que lo defiendan, carece de sentido y resulta negativo para la sociedad.
En la generalidad de los países democráticos con sistemas más consolidados existe el pluripartidismo, pero con dos o tres que se reparten el voto y se alternan en el poder secundados con alguno más limitado que contribuye ejerciendo de bisagra a la hora de constituir mayorías y de equilibrio a la hora de amortiguar diferencias.
Cada ciudadano tiene su forma de expresarse en las urnas, donde existe la posibilidad de expresar el grueso de las ideas colectivas, y la proliferación de opciones susceptibles de satisfacer intereses o ambiciones individuales de todos los ciudadanos, pero a la larga lo que consigue cuando las alternativas se multiplican son dificultades para lo importante a decidir, que es la gobernación.
En una proliferación de partidos y micropartidos, la formación de los gobiernos se convierte en un reto que lejos de contribuir a soluciones positivas para el conjunto de la sociedad propicia demoras y, lo que es peor, la formación de gobiernos endebles y volcados en atender compromisos locales e individuales que favorecen a algunos siempre a costa del conjunto.
Y no se trata sólo de problemas a la hora de mayorías, que siempre serán frágiles, si no también a muchas dificultades y pérdidas de tiempo en los multi debates para llegar a aprobar o rechazar los proyecto y leyes que necesiten respaldo parlamentario. España también en esto es un ejemplo que muy bien podría ser calificado de lamentable.
Algunas sesiones recientes del Congreso de los Diputados merecerá la pena conservarlas como recuerdo de espectáculos impropios de algo tan serio como es la aprobación de las leyes. Cuando se siguen las actas se leen cosas tan innecesarias y absurdas que produce pena. Enseguida surge la pregunta qué valor tienen muchas de las aportaciones del guirigay que se produce.
Lo lógico es sin duda que algunos partidos que acotan posiciones diferentes y contradictorias son los que sintetizan la variedad de posiciones que para eso ya habrán discutido antes en sus órganos internos. Pero en España da la impresión de que cada uno tiene su propio partido y se olvida de que la política necesita acuerdos que incluyen cesiones.
Todo cuando el sistema no deriva en absurdos como los que ahora se están proliferando en nuestras cámaras donde de vez en cuando nos encontramos con partidos integrantes de la coalición del Gobierno -como UP- o socios de Legislatura, como RDC o Bildu, votan con la oposición y o en contra de propuestas en que la Oposición vota a favor del Gobierno.
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