La trampa de la clase media es un 'conceto' que Pazos, el mítico narco gallego de 'Airbag', debería discutir con los dirigentes chinos cuando dejase lo suyo, pues, de conocer la importancia que estos dan al 'conceto', encontraría allí una ocupación alternativa y menos estresante. ... Si como Pazos quiere «a los hechos hay que repetirse», fue el hecho del crecimiento de las ciudades el que atrajo en su día a muchos emigrantes del campo. Un par de generaciones después, sus nietos han pasado de ser los herederos de un proletariado urbano a constituirse en una especie de clase media que reclama mejores salarios y condiciones de vida, y que pide que se eliminen las restricciones para acceder a los servicios básicos que allí se ponen a los inmigrantes. Esta implacable presión social determina el incremento de los salarios, pues no hay ejército de reserva campesino, ya que los salarios en el campo han crecido y no es estimulante moverse a las grandes ciudades donde la población envejece. Es una determinante estructural que grava la transformación productiva china.
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En Asturias vamos por delante. Aquí 'el concepto', como en otros países, adopta la variante 'trampa del jubilado', que atrapa la dinámica social, desincentiva la lucha por el proyecto, de vida, y carga el sistema de atención pública con un importante gasto, hacia el que van derivando buena parte de los escasos recursos fiscales que el sector público logra detraer de una economía y de una demografía contraídas, y que no puede dinamizar espontáneamente. Los destina a satisfacer la demanda social de un gran contingente electoral, lo que a medio plazo tampoco conseguirá, a no ser que idee un plan pertinente. El del gobierno chino se llama 'Made in China 2025'. Tiene varias fases, una finalidad, zafarse de la trampa, y un objetivo: modernizar el sistema industrioso. Pretende iniciar un nuevo ciclo, en el inmenso país administrado por un Estado de tan larga historia que puede permitirse regímenes sociopolíticos muy originales, desde nuestro punto de vista.
Puede que los chinos hayan visto la cruz de su desarrollo y hayan copiado el plan original de los alemanes, quienes anticiparon el problema y, más o menos, trasladaron su solución a la Unión, que por las características de su gobernanza no tiene la facilidad china de envasar planes. En cualquier caso, en España se están esbozando, lo que incluye que sus autonomías no deban ignorarlos. Asturias, al inicio de una legislatura, necesita, quizás más que ninguna otra de las peninsulares, aprovechar la oportunidad y trazar el suyo que, por el momento, no está formalizado, pero parece que la necesidad lo va asentando. No está basado en tecnologías disruptivas, pero sí en aquellos sectores e industrias que saben hacer muy bien lo suyo y destacan en sus mercados: las industrias de productos base con ingenierías sofisticadas, las de metalmecánica avanzada y de precisión, las de nuevos materiales; la economía azul, en la que es líder nuestra industria naval, que se encamina a la construcción de buques descarbonizados y automatizados; la biotecnología y la biomedicina; las relacionadas con la transición energética, la logística verde y las energías renovables.
Si la finalidad fuera convertirse en un fabricante significativo en industrias intensivas en alta tecnología, el medio debería ser el apoyo a los centros de investigación y desarrollo instalados, a la creación de centros de transferencia de la universidad para la cooperación con las empresas e instituciones, que actúen como think tanks, exploradores y contrabandistas de conocimiento.
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Asturias es el país de lo pequeño, pero eso no tiene por qué ser un problema, pues nadie trabaja para su mercado interior. Ni los chinos. Por lo tanto, es la organización del talento sobre la base de sus fortalezas productivas, lo que puede ayudar a los países a salir de una situación insostenible a medio plazo.
Para eso, necesitan una atmósfera en la que se respiren los valores que alienta la actividad industriosa, los que requiere la lógica del proyecto, tanto para los sectores industriales como para los que proveen de alimentos de calidad y servicios; que, como el expansivo turismo, no solo serán consumidores de los avances tecnológicos, sino que facilitarán economías de escala para atender a los residentes. La solución no son subvenciones a los ayuntamientos para la temporada estival.
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El plan necesitaría mantenerse durante al menos un decenio. Esto no parece difícil de conseguir, pues después de lo visto hemos asumido que en un mundo revuelto hay que aprovechar los periodos de calma entre convulsiones, pues las oportunidades de desarrollo son efímeras y la mejor capacidad del territorio es la que acierta a protegerlo de los riesgos previsibles. Nuestro régimen lo está entendiendo y también la ciudadanía viajera, que compara y empieza a sospechar que aunque puede haber algo mejor, es difícil encontrarlo. Hoy en Asturias hay condiciones para intentar zafarse del 'conceto'.
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