En la Universidad de Oviedo hubo dos rectores fusilados. Durante la Guerra Civil. Uno por cada bando. Pero esto es una simplificación. Parece que en todas las guerras civiles hay más de dos partidas. Recientemente, la Universidad de Oviedo honró la memoria de uno de ... los que le fueron arrebatados. Leopoldo García-Alas en los momentos más difíciles defendió la autonomía e integridad de su Universidad, como hizo el 17 de octubre del 34, cuando presidió la sesión del claustro que condenó la devastación de la ciudad y, con ella, la «destrucción intencionada» del edificio que la albergaba. Pero no de su espíritu, que alentaba en el entonces rector, con el que inspiró el inmediato reinicio de las clases y la reconstrucción del inmueble. Luego, el 20 de febrero de 1937, el rector, anteriormente diputado en las Cortes Constituyentes de 1931 por el Partido Republicano Socialista, fue fusilado en la cárcel de Oviedo, durante el asedio de la ciudad. Segundo tiempo de la sinfonía de horror desencadenada al avivarse las brasas escondidas tras el manto de cenizas humantes que desde hacía un par de años cubrían la ciudad. En los dos tiempos intervinieron los mismos vecinos; pero en distintos papeles. En el primero, los insurgentes eran los asediantes, y en el segundo los asediados. Uno de los espasmódicos movimientos arrebató al rector Alas. Otro, a quien lo había sido unos años antes, Jesús Arias de Velasco, residente en agosto del 36 en la también asediada Madrid.

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Ambos compartían algunas cosas; por ejemplo, la cercanía a Clarín, en cuya cátedra Arias había sido profesor auxiliar; el grado ovetense y el doctorado en la Central, otorgado por un tribunal presidido por Gumersindo Azcárate. A Arias le correspondió dar la bienvenida en 1920 al recién nombrado catedrático de Derecho Civil, Leopoldo García-Alas. Los dos habían completado su formación en el extranjero, y los dos fueron retratados por Paulino Vicente.

Y diferían en otras cosas, como el linaje tradicionalista de Arias de Velasco, que le venía de una familia moscona de rancia hidalguía, que había dado al carlismo un jefe provincial, su tío Sancho, también catedrático en Oviedo. Sin embargo, esto no fue óbice para que Aniceto Sela lo incluyera en su equipo de colaboradores, primero en la Extensión Universitaria y luego entre sus vicerrectores, sucediéndole después en el cargo. Arias no tenía la militancia radical de su tío, aunque sí fuertes convicciones. Las demostró en varias ocasiones. Fue aliadófilo en la Primera Guerra Mundial, fuera de la corriente germanófila de sus correligionarios conservadores. Hizo causa común con los institucionistas en su oposición al régimen primorriverista, lo que motivó su salida precipitada del rectorado en 1923; más tarde, se opuso a amnistiar a los sublevados en el 34 y, además, declaró su oposición a los gobiernos del Frente Popular.

Tampoco su adscripción, desde 1930, al partido Derecha Liberal Republicana, de Niceto Alcalá Zamora , impidió al ministro socialista Fernando de los Ríos, con quien había compartido oposición al directorio y amistad con Melquiades Alvarez, nombrarle presidente de la Sala V de lo Social del Tribunal Supremo . En el 36 era presidente de la Sala de lo Contencioso del mismo tribunal.

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En fin, una personalidad compleja y recia, comprometida, lo que le hacía controvertido para muchos, pero también respetado por sus amigos, aun situados en posiciones ideológicas diferentes. Su alto servicio en la magistratura, en el Madrid del 36, fue bastante para que un grupo de chekistas lo pasease, junto a una hija y un hijo. Sus cadáveres aparecieron en Vicálvaro en 1940. Que aquel no era su tiempo queda claro. En ausencia, fue depurado e inhabilitado por el nuevo Gobierno franquista, precisamente en razón de su magistratura durante la República. Unos años después se le libró de los cargos, cuando el rector Gendín declaró al tribunal depurador que había sido «fusilado por los rojos», lo que hoy no debería convertirle en culpable.

Las fuertes corrientes que embravecieron la vida española a los dos les arrebataron la vida. Sus talantes no encajaban en ellas. Sus escritos sobre la Universidad revelan una visión compartida. En su tiempo era moderna. Hoy, ¡quien sabe! Ambos la concebían abierta al público, del que nace, que la sostiene, y al que debe exponerle cómo cumple su misión en una democracia liberal, para lo que debería conjugar pericia y espíritu humanista, con el fin de formar una élite dirigente socialmente útil al interés de la patria.Ppropósito de misión educativa que hizo grande a la más pequeña de las universidades españolas a comienzos del XX, la Universidad de Oviedo. Luego Moira siguió repartiendo porciones.

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