Sencillos apaños que salvan vidas

Sorprende que territorios expuestos a fenómenos recurrentes, de gran violencia y escaso tiempo de reacción, no tengan sistemas de aviso sonoro que alarmen a la población y orienten su evacuación hacia los lugares más elevados

Jueves, 7 de noviembre 2024, 01:00

Los sucesos de Valencia nos están conmoviendo. Si por una parte descubren las costuras del sistema de gobernanza del país, por otra están demostrando que este es el asiento de una nación, que siente el dolor de sus vecinos como propio y se vuelca con ... ellos.

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Los acontecimientos catastróficos surgen de cuando en cuando, pero eso no quiere decir que sean imprevisibles. La naturaleza se presenta de acuerdo con ciertas regularidades, lo que da ocasión a que pueda ser estudiada por la ciencia y corregida, en parte, por la técnica.

Las riadas en el levante español son fenómenos recurrentes, se derivan de su proximidad a un mar cerrado y caliente; de la orografía, con una baja llanada costera, y de un glacis pendiente que la comunica con la elevada meseta, dando lugar a una pronunciada ladera acarcabada y no forrada por una tupida vegetación. En las cabeceras elevadas de estos valles y barrancos a veces se concentran las precipitaciones por contacto de masas de aire frías y cálidas, que al chocar desprenden una gran energía. A veces esto se alía con otras causas y entre todas generan la calamidad. Los ríos tienen regímenes más o menos regulares que permiten horquillar su comportamiento a lo largo de distintos ciclos temporales. Así, podríamos decir de uno de ellos que puede ocupar su canal de estiaje sólo en verano, su lecho menor todos los años en invierno, su lecho mayor cada x años, y su área de inundación cada varios xxx de años.

Como esto se da en un ciclo, puede que las consecuencias no se vean en un par de generaciones. Pero el ciclo está ahí. Eso lo sabían los asturianos de las anteriores generaciones, que ponían sus aldeas a media altura en los valles más cerrados y profundos, y en los 'ribeyos' de las vegas de los fondos de valle más amplios, pero que no se atrevían a ocuparlas con construcciones permanentes, pues su memoria colectiva registraba periódicas avenidas en los más o menos regulares ríos de régimen pluvio-nival, que si por una parte periódicamente fertilizaban las vegas, para dar buenas tierras de maíz y fabes, por otra se podían llevar la aldea por delante, y no era cuestión de reconstruirla cada par de generaciones. Luego, las infraestructuras mineras, industriales, de comunicaciones y residenciales necesitaron de los únicos espacios llanos y se canalizaron los ríos, obteniendo de las vegas el espacio para ellas. El mayor o menor acierto en su construcción y el ansia por ocupar determinaba, y determina, el resultado de la lucha contra el régimen de los ríos. La configuración geográfica de Asturias hace que el problema se concentre en las laderas en forma de desplazamientos en masa, los argayos. Pero no estamos ajenos al otro.

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Todo esto hace pensar que cada territorio debe autoconocerse para descubrir sus límites. Y en España hay centros civiles y militares que conocen y monitorizan el territorio cuando atisban situaciones potencialmente críticas. Es su obligación y la cumplen, están en la base de la cadena y proporcionan información a los que deben toman decisiones en consonancia con la gravedad del asunto.

Sin entrar en valoraciones, sorprende que territorios expuestos a fenómenos recurrentes, de gran violencia y escaso tiempo de reacción no tengan sistemas de aviso sonoro que alarmen a la población y orienten su evacuación hacia los lugares más elevados. Eso existe aquí cerca, en los valles angostos del Duero portugués, previniendo la ruptura de alguna de las numerosas presas allí instaladas; recientemente el sistema se ha instalado en Lisboa para avisar de un inminente tsunami; lo mismo ocurre en los fiordos de Noruega…

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El sistema tiene evidentes beneficios directos y otros inducidos, pues obliga a dar pautas de reacción, que si bien pueden inquietar a la población también previenen contra la enajenación del peligro. Lo difícil es saber quien aprieta el botón del 'turullu'.

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