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Ayudan a desbrozar arcenes, acobardan el monte y reparan desafueros de empresas indolentes. Ya no es inusual que en los márgenes de una de las antiguas carreteras nacionales uno encuentre un rebaño de cabras que ramonean entre la maleza haciéndola retroceder en su afán de ... acometer al arcén. El ojo vigilante y experto del cabrero las contiene. Su destreza, que es universal, no parece haber sido adquirida en una escuela peninsular sino más al sur, en las montañas del Rif. Su aspecto físico lo dice; su andar pausado y el manejo de la 'guiá' también. Sin duda, la demarcación de carreteras debe agradecer el aprovechamiento del espacio que hace un profesional ganadero.
No muy lejos, una empresa irresponsable, la antigua Feve, antes Vasco, también conocida como Renfe, y en otros ambientes por Adif, decidió deshacerse de los 'okupas' que ajardinaban los márgenes de algunas de sus vías. Visto ahora eran unos hermosos huertos urbanos labrados por vecinos, que venían transmitiéndose el usufructo por reglas informales. Pero un día aparecieron las máquinas de la empresa propietaria de varios nombres y levantaron eras y cobertizos. Sólo hicieron eso, levantarlo; allí dejaron los restos desordenados, convirtiendo el huerto urbano ilegal, en un basurero, aún más ilegal. Y en medio del pueblo; pongamos que hablo de Figaredo. En el que el soberbio propietario incumple la ordenanza de solares y deja abierta e insalubre la parcela que, a continuación, se ocupa por monumentales ratas.
Pero la vida sigue y de repente, poco a poco, tímidamente, las cosas comienzan a cambiar. Aparece un anciano sarmentoso que despeja un trozo, coloca la basura en los márgenes y 'palotia una estaya' en la que planta una era de tomates. Ante su decisión, las ratas se repliegan, luego cierra la finca con somieres, con lo que ahora el margen carreteril ya no es como antes de seto vivo sino metálico. Toda la obra la realiza bajo la supervisión atenta de la que parece su mujer, cubierta desde la cabeza a los pies, que pacientemente pasa las tardes con su compañero.
Es la naturaleza misma, en este caso social, la que evoluciona. El cabrero y el huertano rifeño vinieron al pueblo hacia 2008 y encontraron casa, respeto y buenas comunicaciones; ahora también recuperan huerta y cabras. Hace 70 años habían llegado otros peninsulares, y antes otros regionales. Es el cambio, conocido como desarrollo territorial, el principio absoluto. No se detiene. Podemos intentar conducirlo, echarle un pulso y tratar de variar su rumbo, pero eso no solo requiere energía económica, sino liderazgo en varias escalas, talento en todas y determinación social; de otra manera las cosas seguirán su tendencia espontánea.
Que en Asturias se muestra clara desde hace décadas. La posición regional es frágil y cualquier incidente puede hacerla bajar de un golpe varios peldaños. No tiene por qué ser natural una evolución gradual, conformada por un lento aterrizaje a la espera de una oportunidad externa. De repente resbalas y ¡zas! al suelo. Entonces no deberíamos decir cómo llegamos aquí…
Algunos de los soportes cíclicos de nuestro sistema regional necesitan ser reformados por completo. El carbón en la externalidad de sus ciudades, y el acero con la internalidad tecnológica. El primero generó un capital urbano cuando este era escaso en España, hoy necesita ser revalorizado; un piso en una colomina cuesta menos que un utilitario. Hay villas como Mieres que podrían ser reales ciudades. Hoy una parte de su centro está ocupada por 7,5 has de bien estructuradas colominas, de baja densidad, buena planta ortogonal, amplios patios de manzana lamentablemente ocupados. El afán de actuar parcheando alicató las colominas, pues se superpusieron acciones baratas que no dejan un centímetro para que la tierra respire o la vegetación crezca ordenada. Hoy ofrecen un paisaje rancio, de otra época, uniforme, monótono, con carencias importantes, pues no disponen de ascensores y su eficiencia energética es baja. Y están en el centro de Mieres, y en Moreda, y Pola de Lena, Ujo, Olloniego y Caborana, y en otros valles otro tanto, que no es poco... Algunas se enclavan en lugares ocultos como Rioturbio, su aspecto es anterior, viene de décadas aún más lejanas. En unos casos es necesario actuar porque se está perdiendo la oportunidad de ampliar la centralidad de la villa a bajo coste y en otras es una obligación evitar la marginalidad.
No se trata en ambos casos extremos de realizar grandes operaciones urbanísticas, sino de buscar la belleza, cambiando la cara, la fisonomía, y adaptarse así a las demandas del presente. Se trata de remocicar, no de realojar, pues su densidad, volúmenes, alturas, y traza en muchos casos son excelentes. Se trata de aplicar las tendencias que hoy imperan en el urbanismo: ajardinar, desalicatar, amueblar, cambiar el aspecto y la eficiencia de las fachadas, resituar los coches y con ello actuar sobre la movilidad. Pero si no tenemos la determinación para hacer una operación de calado, al menos hagamos una campaña de marketing para que los de Albacete, Canarias o Madrid nos compren una colomina al pie del Angliru o de Peña Mea, en plena naturaleza urbana, y así enriquezcan y contrabalanceen el ambiente cosmopolita que dan profesionales agrarios de diversas procedencias continentales. Habrá más beneficios que trastornos y el resultado será ejemplar y cambiará la cara de lo que inequívocamente nos identifica ante los demás, y ante nosotros cuando nos vemos en las películas. No sería la primera vez que se hace, hace unas décadas Berlín oeste encapsuló sus edificios grises y hoy parece otra cosa. Por cierto, lo hizo con dinero de la Unión, que hoy dicen que ronda para propósitos parecidos.
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