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Un fracaso electoral no suele tener un único motivo. Digamos que es un conjunto de causas. La justificación a la debacle del PP en Cataluña -recordemos que se quedó en tres magros diputados- parece haberla encontrado Pablo Casado en la corrupción. Es decir, en el ... juicio por el 'caso Bárcenas' que empezó justo la última semana de campaña. Así, para el presidente popular, se produjo una «tormenta perfecta» urdida por sus enemigos políticos de cara a desprestigiar al partido. Sin embargo, la realidad es que esos malos resultados ya se venían anunciando desde hace tiempo. Es decir, todos los sondeos (interesados o no) auguraban una situación pésima. Incluso tampoco favoreció mucho el intento agónico de Casado de romper con el pasado. A todos nos dejó estupefactos cuando, sin comerlo ni beberlo, criticó la actuación policial del uno de octubre de 2017. Ya saben, el esfuerzo mal ejecutado del entonces presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, para que no se pusiesen las urnas en un referéndum ilegal. Me imagino la cara que debieron poner muchos simpatizantes o votantes que aguantaron aquel chaparrón, al ver cómo su presidente se desmarcaba claramente de aquellos hechos. En resumen, una patada que tuvo consecuencias. Entre otras, el que una buena parte de su electorado se pasase a Vox. No es casualidad, ante las melifluas y poco claras posiciones del centro-derecha, que el partido de Abascal haya entrado con mucha fuerza. Y más, en una sociedad que después de tantos años de cruda lucha contra el separatismo, ya no admite las medianías.
Si fuese un equipo de fútbol podríamos preguntarnos ¿a qué juega el PP de Pablo Casado? Es decir, no le vemos hechura de un proyecto que cale en la sociedad. Más bien parece ir a remolque de los acontecimientos. En mi opinión, al líder popular le falta audacia. Algo de lo presume su rival, Pedro Sánchez, y que práctica con sus augures desde la Moncloa. Solo hay que ver cómo ha manejado los tiempos para estos comicios catalanes. Primero, apostando por Salvador Illa como candidato y, después, dejando a todos sus adversarios nacionales muy tocados. Es el caso de Ciudadanos. Por tanto, el que ahora se quiera cambiar la sede de Génova a otro lugar, no deja de ser una anécdota. Casi una cortina de humo para que no se hable más de Cataluña. Tan mala vibración produce en los votantes ese edificio, como que el proyecto no acabe de adquirir personalidad propia.
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