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Hace treinta y un años desapareció un imperio. Eso en el tiempo histórico no es nada. Para Rusia quizás sea un collado entre dos hitos: la implosión de la URSS y la guerra de Ucrania. Son simbólicos, pues ambos comenzaron antes, y la guerra no ... se sabe cuándo acabará. Podría ser como esas que se eternizan en lugares lejanos de películas apocalípticas. La diferencia es que está en Europa y los contendientes no pueden permitirse el desgaste. Ni perderla. Uno ganaría un puente hacia su pasado imperial, quizás más asiático que europeo, perpetuándose la oligarquía que lo gobierna. Otros, los reunidos estos días en Madrid, una fiable Rusia, como régimen liberal de un pueblo que comparte la cultura occidental. Quizás este sea el telón de fondo de la guerra.
Que está mostrando las costuras del sistema ruso. Dirigido por hombres del siglo XX, formados en organizaciones que ya no cumplirán el centenar de años. Que tuvieron su ascenso apoyados en un poderoso pilar, que sostenía la economía planificada y el partido verticalmente único. Era la Seguridad del Estado, integrada por miembros cuidadosamente seleccionados. Su servicio exterior constituía la inteligencia que viajaba y conocía cómo funcionaba Occidente. Eso les permitía comparar y registrar el retraso del suyo. Su jefe Yuri Andrópov llegó a lo más alto de la pirámide, fue presidente del Presidium Supremo de la URSS, un hombre duro, con el que se iniciaron las reformas del sistema, orientadas a evitar el colapso de su economía, alejar el peligro de la hambruna y establecer alguna fórmula de producción competitiva. Algunos investigadores escriben que el encargo lo recibió el KGB, que comenzó por hacer la vista gorda con el mercado negro, y que continuó creando una red de empresas y apoderados para transferir el patrimonio del Estado hacia el exterior y, de paso, dar vida a otros imperios empresariales, algunos muy conocidos en Occidente.
Los acontecimientos adquirieron un ritmo vertiginoso a partir de cuatro días de agosto de 1989, en los que quedó ilegalizado el PCUS y precintada la sede de su Comité Central, la caja donde se conectaban los cables que recorrían el imperio y que daban acceso a cuentas y empresas repartidas por todo el mundo. Era el departamento de Patrimonio del PCUS, cuyos últimos custodios tenían en común el suicidio y el manejo de la caja. Que los nuevos encontraron vacía. Los fiscales encontraron pocas pruebas de a dónde había ido a parar: a financiar operaciones geopolíticas, al contrabando de tecnología y a empresas amigas occidentales. Todo era parte de un sistema de relaciones paralelo, concebido para poner en el mercado a través de estas empresas, por ejemplo, petróleo, a precios rusos, que ellas comercializaban a precios mundiales. Los inmensos beneficios, palabra prohibida en la URSS, se utilizaban para muchas cosas. El proceso lo supervisaba el KGB y creaba una economía invisible que, a medida que se aceleraba la implosión, era urgente controlar y poner a salvo, para lo que se determinase. Con la implosión del viejo Estado, la estructura del departamento de inteligencia exterior quedó desmantelada, pero no destruida, pues poseía las rutas de acceso a las cuevas del tesoro y un modo de actuación que fue seguido durante estos treinta años, creando en dos fases un sistema autoritario, opaco, y oligárquico. Parece que hubiera surgido una hermandad entre los restos del naufragio, convencida de representar una marca trascendente, con la cual sus miembros podrían hacerse ricos y poderosos para volver a hacer grande un país en el que la única cohesión serían ellos: la hermandad .Y lo fueron. Hasta ahora. Quizás el comienzo de la tercera fase.
Hay un extraño paralelismo entre esta y otra hermandad de hace mil años. Ambas quisieron salvar el mundo. Unos gritando 'Dios lo quiere' y otros 'la Humanidad…'. Después se vio que lo que querían era salvarse ellos. El mundo de entonces no estaba tan integrado, pero, como ahora, era tripartito: católico, bizantino y turcomano . Y en él también mandaba la geopolítica, que fue la que destruyó a los templarios en la noche del 13 de octubre de 1307, cuando dicen que una caravana de carros conteniendo su tesoro salió de su templo en Paris, para embarcarlo en su puerto de La Rochelle y repartirlo por los puestos de mercaderes que tenían en el mundo. Y así desapareció, a la vez que aparecían nuevas marcas, con las que la hermandad se normalizó dentro del imperio dominante al que había desafiado, pues mantener políticas imperiales exigía invertir mucho, o un gran socio.
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