Así comienza la inscripción de la lápida que en las Termópilas recuerda a los 300 lacedemonios que contuvieron a los persas. Y continúa, «…de que aquí yacemos , todavía obedientes a sus órdenes». Los ingenieros españoles no esperaron órdenes, se presentaron voluntarios inmediatamente para cubrir los ... huecos que dejaron sus 62 compañeros fallecidos en accidente aéreo al regreso de su misión en Afganistán. No dudaron. Tampoco fueron los únicos. Lo mismo hicieron los aviadores, y después guardias civiles y policías. Y, así, España continuó apoyando la misión en la que se había comprometido. Primero, dentro de la Fuerza Internacional de Asistencia para la Seguridad, y luego en las composiciones diplomáticas que se fueron sucediendo a lo largo de veinte años. En todas cumplieron. A todas aplicaron su talante de bien hacer. Ya fuera construyendo hospitales, depósitos de combustible, cavando pozos, montando redes de abastecimiento de agua, dando formación y seguridad, y cuando fueron atacados, replicando proporcionadamente. En la tarea falleció un centenar y otros tantos sufrieron heridas patrullando por caminos imposibles. Fue el precio más alto, pero no el único, que pagaron los casi 17.000 españoles que por allí pasaron. Entre otros, nuestros vecinos, amigos y familiares del Regimiento Príncipe número 3.

Publicidad

Cumplieron como los buenos con lo que se les ordenó desde los sucesivos gobiernos de la nación para hacer frente a los compromisos internacionales de España. Y no rechistaron. Y ahora, para finalizar, los que custodiaban la última cabeza de puente se vieron envueltos en una marabunta de desesperación para ordenar la evacuación repentina de la población amiga. A la que el añadido del terror tornó misión imposible. Pero intentaron el milagro. Y del largo par de miles de personas a quienes se lo consiguieron les quedará su agradecimiento. Y poco más. Pues ellos son un grano de arroz en la inmensa paella de la geopolítica. Pero dejan buen sabor. Como en Bosnia o en Líbano, por ejemplo. Aunque en Afganistán el chef, aparentemente, se haya despistado y la paella se le haya pasado. Llama la atención cómo en la operación de retirada de un frente, prueba de fuego de la eficacia del estado mayor y de la organización de una fuerza, solo parece estar prevista la de la tropa y no la de la población civil. Y aún la primera cada aliado por separado. Hay algo que no cuadra. ¿Será que el patrón quiere que el vigésimo aniversario del 11 de septiembre sea el del borrón y cuenta nueva? ¡Especulaciones! Pero si uno siente curiosidad sobre las retiradas militares, que lea 'La bandera invisible', de P. Bamm, médico militar alemán que cuenta la suya del frente oriental durante la II Guerra Mundial.

Afganistán es un país continental que no tiene salida al mar, pero es el anillo geoestratégico que enlaza Asia central y la del sudeste. La metáfora la representa realmente la Ring Road, antiguo proyecto de carretera para circunvalar el país, unir sus capitales, y comunicar con los inestables, potentes e inquietos vecinos. La avanzaron los americanos en la década de 1960, luego la continuaron los rusos, y desde el comienzo de siglo a la faena se unió China. Demasiada concentración de fuerza e intereses sobre un país que es más plataforma de proyección que Estado. ¿Quién y qué se habrá pactado: en Camp David, en los palacios de Doha, en los bazares de Estambul o… en los mismos infiernos?

Pero sea como sea, los soldados españoles habrán cumplido con las misiones que se les fueron encargando, y a las que ni marcaron plazos ni objetivos; pero en las que pusieron toda su profesionalidad y, a veces, su reputación. Lo que antes se llamaba honor. Que según el poeta es patrimonio del alma y el alma solo es de Dios. El resto se lo dan al Rey y a Hacienda. Porque Esparta debe saber que la milicia es una religión de hombres honrados. Y cumplidores.

Este contenido es exclusivo para suscriptores

3 meses por solo 1€/mes

Publicidad