El socialismo español en la época en que fue presidente del Gobierno don Felipe González, hombre realmente representativo, nos ofreció una manera de hacer política que poco a poco sus sucesores han ido abandonando, modificando el rumbo y las líneas maestras de aquel político y, ... como consecuencia de ello, el consenso constitucional se fue, al menos en una parte, debilitando.
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La tarea que tuvo que llevar a cabo nuestro expresidente no fue fácil, porque una guerra civil y una dictadura se hallaban aún muy próximas y con ello se mantenía una especie de cultivo de una hipertrofia del pasado, como la de aquel personaje de Borges, Funes el 'memorioso', que no podía olvidar el pasado en su mente, no desaparecía aquel hermoso verano que disfrutó y lo bien que lo pasó en la campiña, sentado al pie de un árbol, contemplando las ramas y hasta los niervos de sus hojas, y llegó a tanto aquella hipertrofia que un día murió aplastado por ella. Porque el pasado, quiérase o no, se ha hecho para morir, no para vivir, y por tanto, para ser olvidado.
Tuvo que ser un gran sociólogo y politólogo francés, Michel Crozier, quien en su admirable libro publicado en el año 1982, titulado 'Estado modesto, Estado moderno', alabase la forma de hacer política de don Felipe González, comparándola con la que practicó Mitterrand en el país vecino. Sus palabras merecen ser citadas literalmente para comprender muchas cosas que sucedieron entonces, y otras que se contemplan ahora: «Felipe González llegó a imponer a la izquierda española una política consensuada, mientras que Mitterrand impuso a los franceses cambios brutales, que no eran realmente aprobados más que por una minoría de entre ellos. Si el expresidente español tuvo éxito y Mitterrand fracasó, se debió a que el primero supo aprovechar su victoria para enterrar el pasado y, con él, una revancha durante mucho tiempo esperada. Buscó prioritariamente responder a las aspiraciones de los españoles, favorables a un desarrollo democrático no partisano. Tuvo la firmeza y el coraje necesario para oponerse al espíritu de partido, a imponer a sus amigos y aliados la vía de la sabiduría, que era también el mejor camino posible».
Cuando, al cabo de los años, se vuelven a leer las palabras de Crozier se echa en falta una manera de gobernar acomodada siempre al tiempo en que se vive, abandonando una política anclada en el pasado, que en principio da la impresión de que los gobernantes mandan y actúan, algo que no es exacto, sobre todo cuando los compañeros de viaje escogidos están empeñados en cambiar la sociedad y edificar una nueva, utilizando modelos hace largos años olvidados. El expresidente español tuvo un profundo conocimiento y una larga experiencia que le permitieron conocer el viejo socialismo alemán, cuando todavía era del siglo XIX, y no pasó por alto los principios del Congreso de Bad Godesberg de 1959, ni tampoco lo que sucedió en el Congreso de Hannover de 1960, en que desparecieron las banderas rojas del salón de actos en que se celebró, y en el que se sustituyeron las viejas canciones obreras, para cantar por otras del viejo folklore germano, algo que supuso un alejamiento del marxismo.
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Parece como si don Felipe González hubiera tenido presente en su acción política, las palabras de Crozier: «El tiempo de los médicos de la política y de sus recetas ha acabado. Hoy ya no hay pacientes, sino seres humanos libres, a los que el médico aconseja». Y tomó buena nota de que el adoctrinamiento en las escuelas de niños y jóvenes, practicado en la URSS con especial intensidad, ha perdido actualidad y la juventud de estos tiempos no quiere que se le señale el camino político a seguir, sino que desea que lo que se le enseñe sea todo lo contrario, es decir, a pensar por sí misma y no ir de la mano de los que les gobiernan, siendo ellos mismos quienes elijan libremente.
Crozier mostró verdadera admiración por el político español, al huir de una sacralización del Estado como si fuera un dios que tuviera forzosamente que intervenir en toda actividad desarrollada por los ciudadanos, olvidando el principio de subsidiariedad, que les permitiría una libre acción. Y que solo cuando con su autonomía no pudieran alcanzar lo que deseasen sea permitido que el Estado les facilite el logro de sus objetivos. Crozier mantiene con ardor que «una sociedad que pueda considerarse viva necesita hoy un Estado modesto, que se dedique a servir a la sociedad y no a darle órdenes»; porque a los seres humanos no se les cambia por decreto.
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El hombre de la calle, quizá se pregunte más de una vez qué pensará don Felipe González al ver los extraños andurriales por los que camina el socialismo español en 2022. La respuesta solo puede dar rienda suelta a la imaginación, porque nuestro político español hace muy pocas declaraciones, y las que hace son llamativamente lacónicas y rebosan de elegancia democrática, al evitar toda crítica a sus compañeros, a los que de ninguna manera juzga, y en las que se limita simplemente a mostrar su extrañeza ante el rumbo que se sigue día tras día por considerar que es el más acertado. Esta prudencia del político español dice lo suficiente sobre su calidad como un verdadero hombre representativo y responsable, algo necesario para intentar evitar que una nación naufrague económica, social y éticamente.
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