Nestra buena voluntad suele estrellarse de plano cuando se quiere abordar o intermediar en algún conflicto familiar ajeno. Muchos factores se entremezclan, desde sentimentales a económicos, pasando por el odio en que puede degenerar la convivencia entre personas predestinadas a quererse que por razones diversas ... se acaban odiando.

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Un ejemplo frecuente es la violencia doméstica. Cuando la capacidad de entendimiento entre las partes se deteriora y llega a agresiones físicas o psíquicas -igual de deplorables-, en las culturas más desarrolladas hay recursos legales para conseguir el restablecimiento, si no de la buena convivencia, al menos sí de la paz.

Hace unos días deplorábamos que el Gobierno turco había abandonado el pacto internacional contra la violencia de género. Los machistas turcos han recuperado el derecho a pegar a sus mujeres, que reivindicaban como tradición cultural y religiosa. Afortunadamente, en los países desarrollados esto no ocurre. En ellos existen recursos variados, tanto en los servicios de seguridad como en la Justicia, a los que las partes -especialmente las víctimas- pueden y deben recurrir para defender su integridad y derechos.

Además de los jueces ordinarios, existen instituciones y organizaciones en las que las agredidas, porque la mayor parte son mujeres, encuentren ayuda y apoyo judicial, que incluye la penalización de los agresores, su alejamiento perimetral y la protección para la libertad e integridad de las agredidas. Aunque fallan a veces y los problemas se agravan.

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No parece, sin embargo, que la mejor solución sea exponer las situaciones dramáticas y morbosas en los medios públicos, sobre todo la televisión, y menos obtener beneficios por ello. El dolor, la ira y la rabia contagian pasiones y tomas ajenas de partido que, convertidas en espectáculo, entretienen a los espectadores y enconan los sentimientos, pero con resultados nulos o negativos para arreglar situaciones o poder paliar la anormalidad.

Son espectáculos deprimentes que, a menudo, provocan otras complicaciones interfamiliares. Para las televisiones que explotan estos escándalos, se convierten en una fuente excelente para conseguir espectadores -escasos cuando son programas serios- y aumentar los ingresos.

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Es lícito mejorar resultados, pero también imprescindible que lo intenten sin recurrir a exhibiciones coléricas, y dolorosas. Esto resulta más imperioso en medios de comunicación de masas. La ética periodística debe ser más estricta. Explotar el dolor ajeno no presta un buen servicio a la sociedad. Solo a los accionistas.

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