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Sospecho que este artículo no va a dejar de granjearme enemistades. Por lo menos, malestar con respecto a lo que escribo en los siguientes renglones. A la par que numerosos jóvenes en la región aguardan su calificación para acceder a la universidad y, especialmente para ... saber si su calificación es suficiente ante la nota de corte de algunos grados, leemos la triste y previsible noticia de que Asturias sigue perdiendo población y el tradicional millón de habitantes va a perder un guarismo.
Es un lugar común, en buena parte verídico, como todos, la existencia de una diáspora juvenil que, pese a estar suficientemente preparada, no encuentra acomodo laboral en nuestra región, debiendo por tanto buscarse el futuro laboral en otros territorios más prósperos y receptivos a su titulación.
Ni ignoro ni niego que las autoridades políticas, los gobiernos autonómicos, la desatención central hacia el Principado, carreras implantadas con poco futuro y tantos otros elementos institucionales han contribuido seriamente, por acción u omisión, a que perdamos este capital humano y, de paso, contribuyamos aún más a envejecer nuestra población. Pero también es necesario y justo el añadir algún factor adicional para nada baladí. Valga la comparación de que, más o menos en tres décadas, la Universidad de Oviedo ha perdido la mitad de sus estudiantes, mientras que la Comunidad Autónoma no tenía hace 30 años dos millones de habitantes. ¿Qué pasa entonces? Ya vemos que no es sólo la despoblación, sin obviar este dato, sino también, como recordó el rector Villaverde hace un año, que muchos aprobados en estas pruebas de acceso a la enseñanza superior no se quedan en nuestras aulas. Y aquí es donde me van a permitir que haga un cierto ejercicio de patriotismo asturiano y ovetense.
Comprendo que estudiantes en una clara vocación o interés para cursar una carrera que no se ofrece en Asturias, tomen las maletas para cursar los estudios más allá de Pajares o de nuestros ríos limítrofes. Igualmente comprendo que, quienes deseando vivamente graduarse en una determinada materia para la que su nota de corte no les da acceso en los campus asturianos, emigre. En fin, entiendo que quienes, con un conocimiento real y riguroso, desean estudiar en un centro de referencia muy superior en calidad a lo ofrecido aquí, sí sus progenitores tienen medios, se vayan a ese otro lugar sublimado. Pero dicho lo anterior, me van a permitir, desde la experiencia de cuatro décadas en otras cuatro universidades públicas, que manifieste algunas reservas.
Para empezar, el reclamo publicitario de algunas universidades o entidades sucedáneas, mayoritariamente privadas, de Madrid u otras ciudades españolas, de estudios con prácticas ambiciosas y colocación inmediata, es en el mayor de los casos, falso o cuando menos una media verdad que es, como algún pensador sostiene, una doble mentira. Sí es cierto y lógico que, en grandes ciudades, las ofertas de trabajo son más numerosas, aunque no necesariamente más dignas. Aun así, esto sí es humanamente entendible para quienes deseen una nómina inmediata y una pronta emancipación.
Lo que, diversamente, me entristece, es que se huya de Oviedo y Asturias sin problemas de nota de corte o de centro de calidad, sólo porque, como escuchamos ahora entre no pocas chicas y chicos, es, por ejemplo, que 'lo guay es ir a Madrid' o que me voy fuera porque se van también algunas amistades. Cosa sorprendente esta última cuando los jóvenes actuales viajan, afortunadamente, de continuo y sin límites.
No pretendo actos de heroísmo, pero no estaría de más que si queremos a nuestras instituciones regionales, especialmente en lo académico, los interesados y sus familias hicieran también un ejercicio de patriotismo, porque todos sabemos que muchos de los que se van ya no vuelven. A veces, es cierto, que porque nada se les ofrece desde el Principado, pero en otras ocasiones porque ya se ha producido una desconexión que, indirectamente, empobrece Asturias.
En resumen, sólo traslado dos cosas. La primera que el estudio y la formación no deben ser un capricho. En la vida y la carrera, incluido el laureado programa Erasmus, ya se permite y hasta obliga a una cierta movilidad y renunciar, sin motivo, a estudiar en Asturias, es una forma de desprestigiar lo que aquí se hace y hasta puede tener un toque de clasismo. Y la segunda que, en consecuencia, el éxodo juvenil no es únicamente un problema de la mala gestión, en materia de empleo o vivienda, de los responsables públicos.
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