Uno de los grandes logros de la Transición política, que tanto nos enorgullece y tan poco cuidamos, fue la descentralización administrativa. España fue durante la dictadura un país hermético y centralizado que aumentaba la sensación opresiva. A pesar de la diversidad cultural y lingüística de ... sus regiones, fuera de Madrid, donde se concentraba todo el poder, nadie tenía ni voz ni, menos aún, voto a la hora de tomar las decisiones que afectaban por igual a cuarenta millones de personas.

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La descentralización o la división del territorio en comunidades con autonomía, para que los ciudadanos se implicasen más activamente en decisiones que les afectaban, creó unas lógicas expectativas de igualdad que con el paso del tiempo han evolucionado, algunas veces hacia mejor, pero otras también a empeorar. Los responsables que se han venido sucediendo al frente de las quince comunidades y las dos ciudades autónomas no todos ni siempre supieron estar en cada momento frente a su responsabilidad.

No hace falta recordar a los políticos y los gobiernos autónomos que quisieron, y quieren, aprovecharse para conseguir objetivos muy ajenos al que pretendía la descentralización. Objetivos que no pueden ser otros que los relativos al bien de todos. Algunos enseguida se vieron tentados por la avaricia del poder y volcaron su esfuerzo y capacidad de influencia en conseguir más competencias para gestionarlas conforme a sus deseos y ambiciones políticas e, incluso, delictivas. Otros incluso se dejaron llevar por el sueño de la total independencia.

Son pocos los que demuestran la convicción de que descentralizados no implica enfrentados y que la sociedad necesita que todos vayamos juntos en muchos momentos. Lo estamos viendo con la actual pandemia que nos amenaza y ante la cual el intento del Gobierno central de diversificar las actuaciones están ofreciendo un espectáculo político bochornoso. Es triste ver cómo en las reuniones intercomunitarias para conjuntar esfuerzos en beneficio de la salud de todos, algunos pretenden discrepar de las medidas colectivas sólo para distinguirse y ganar titulares de prensa.

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Es elogiable que en algunos de estos casos no se hayan producido enfrentamientos en función de la adscripción partidaria de los gobiernos autonómicos y que en las votaciones, a menudo incongruentes, vayan juntos los de signo contrario. Una prueba de que no se trata de política de partido, sino personal. El caso más deplorable es el de Madrid, donde la señora Ayuso, lejos de dar ejemplo por tratare de la capital que nos tendría que unir a todos, es el primer ejemplo de la discordia. Permanentemente va por libre, dando rienda suelta a su afán de notoriedad, ahora estimulada por su éxito electoral, en que sumó los votos de su demagogia populista a los expresados en reacción frente a la coalición del PSOE y UP y sus polémicas decisiones.

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