Los días están menguando y la sensación de ver sumidas a las ciudades en la casi oscuridad cuando hace unos días aún lucía el sol impresiona hasta cabría decir que deprime. Entre la pandemia, la inflación y la guerra ruso-ucraniana, estamos adquiriendo conciencia de ... la brutal sequía que estamos sufriendo.

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Los expertos en meteorología no encuentran ya en las referencias de años de una situación semejante a la que se está produciendo. Volviendo la vista atrás, en tiempos pasados se recuerda de inauguración de pantanos de que se denominaba 'pertinaz sequía', un calificativo que ayudaba a la censura a facilitar a los medios informar de la realidad de la Dictadura y de los problemas humanos que sufrían muchos ciudadanos en las cárceles y frente a los pelotones de fusilamiento.

Son otros tiempos felizmente más normales, pero el fenómeno meteorológico periódico de la sequía perdura y nos vuelve otra vez más complicada la vida. Ahora puede ser una consecuencia del cambio climático -nunca hay que descartar nada, como el año pasado fue la histórica Filomena-, pero lo cierto es que en la primavera ha llovido muy poco y que el verano está abrasando de calor y calcinando los bosques con los incendios.

Los agricultores están desesperados viendo como los cultivos se agostan y el ganado sin pastos enflaquece sin que nadie desde el poder político, ocupado en sus reyertas propias del género, les haga el más puñetero caso. El agua escasea y en pueblos y alguna ciudad previsoras ya han empezado a adoptar medidas para reducir el consumo en piscinas, duchas y hasta el manejo de los grifos.

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La necesidad de reducir el consumo de gas y el agua que genera la electricidad ha obligado a la Unión Europea a pedir a los gobiernos recortar las iluminaciones callejeras, cerrar los escaparates nocturnos y reducir el aire acondicionado que nos libera de los sofocos del mediodía. Se han escuchado voces de resistencia a acatar estas normas, pero la sensatez que las inspira no están impidiendo que se ejecuten. Aunque nunca faltan excepciones, tanto en España como en el extranjero, las iluminaciones nocturnas, tanto públicas como privadas, ya ensombrecen los anocheceres y causan cierta sensación de tristeza. Es la realidad que nos toca afrontar por poco que nos agrade pensando en el futuro.

La crisis energética que ya padecemos no será suficiente para minimizar la que nos amenaza dentro de unos meses en que habrá que librarse del frio. El ivierno que viene, sin calefacción, a oscuras y con las duchas rías y restringidas por los cortes de agua, bien merecen sacrificarse un poco hora y acostumbrarse a la tristeza que produce ver ciudades como París, Berlín o Madrid sumidas en la penumbra.

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