Más Europa, más ciencia

Que en la exigencia del pasaporte covid haya arbitrariedad -algo vetado incluso por constituciones como la nuestra-, dice poco de la capacidad coordinadora de las instituciones, tanto nacionales como comunitarias

Domingo, 3 de octubre 2021, 01:41

Creo que no me ciegan ni mis vínculos personales con otros países del continente ni mi modesta responsabilidad en el Consejo Asturiano del Movimiento Europeo. No me obnubilan porque, a salvo los detractores de todo, ahora que, muy meritoriamente en nuestra comunidad vemos algo más ... que la luz del final del túnel pandémico, es una osadía y una supina injusticia negar el papel de la Unión Europea en la lucha solidaria contra el covid-19. En más de una ocasión he escrito, sumándome a una opinión extendida, que la vacunación prácticamente simultánea en los países de la antigua Comunidad Económica, ha hecho tangible la ciudadanía europea. Por encima de normas que, como en tantas ocasiones, pueden no ser otra cosa que concesiones retóricas o idílicas. Dicho toscamente, han hecho más Unión las jeringuillas y sus inoculaciones que todos los tratados solemnes que proclamen la igualdad de las personas de este viejo mundo. Y ése ha sido el primer paso, en el plano prioritario, que es el de la salud; pero los fondos europeos para la recuperación económica, impensables hace solo una década, nos evidenciarán ese sentido de pertenencia a una organización no solo supranacional, sino propia, próxima y ágil ante las necesidades humanas que desbordan el inicial propósito de la libre circulación de personas y mercancías.

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Hecho este excurso, creo que asumible y hasta obvio, traslado alguna reflexión al hilo de una reciente estancia en otro país europeo, para mí muy querido y que no pude visitar en este anormal período. Y ahí, en esa movilidad, me he encontrado muchas cosas loables y alguna, preocupante. Como tantas veces, el problema no es lo que digan las normas sino cómo se ejecutan éstas y por quien. El pasaporte covid o verde -'Green Pass', en la lengua de un reino que ya no está en la Unión- es otro magnífico avance, tanto sanitaria como administrativamente y, además, de fácil consecución y portabilidad. Pero que en su exigencia haya arbitrariedad -algo vetado incluso por constituciones como la nuestra- dice poco de la capacidad coordinadora de las instituciones, tanto nacionales como comunitarias. Es cierto que, de por medio, nos encontramos con el viejo tema de la aplicación de normas de orden público por empresas o entidades privadas. No tiene sentido que, por citar un ejemplo vivido, ese código QR no se exija en tres aeropuertos a la ida y, diversamente, se llegue a pedir dos veces en la misma terminal al regreso. Y que ese control no lo lleven a cabo personas con ejercicio de autoridad, sino personal de tierra de una compañía aérea. Y peor es la diversidad -que también se da en España, pese a la reglamentación de las comunidades autónomas- a la hora de pedir la exhibición de esa certificación de vacunación o test, en locales de restauración, teatros, museos y demás locales públicos. He experimentado lo mismo: lugares muy exigentes y otros de un completo pasotismo. En unas importantes galerías comerciales, en dos sitios de comida rápida de cadenas bien conocidas, la divergencia era total: en uno era imposible sentarse sin mostrar el código; en el de enfrente, la clientela estaba hacinada, literalmente a codazos, para conseguir una hamburguesa, sin que nadie se preocupara por su relación con el virus.

Pero otro déficit de la Europa unida es el añadir, en cada país, otra declaración de entrada desde el extranjero -¿no somos lo mismo?- en forma, cómo no, de QR. Descripción de datos personales, redundantes en parte, de asientos en avión; origen, destino, posibles escalas, contactos... En el peor de los casos, ¿no sería lógico que el documento digital fuera el mismo? Pero, igual que en el supuesto anterior, en una ocasión lo hube de enseñar al lector de una azafata y en el trayecto inverso, nada de nada.

Pero aún peor son los formularios de algunos centros expositivos, como tercera barrera (o cuarta, cuando se toma la temperatura): cumplimentar un papel, cuando se recomienda no usar este formato, con una autodeclaración que nadie, lógicamente, controla en su veracidad y donde pueden decirse todas las mentiras del mundo. ¿Sirve esa traba para algo? Sinceramente, y es mi oficio, creo que para nada. Y, además, parece que no aprendemos. Quien tenga más de 35 o 40 años sabe bien el daño letal y masivo que hicieron las autodeclaraciones de los 'grupos de riesgo' con el SIDA. Lo conoce bien la actual ministra de Defensa, ponente en su día de una sentencia trascendental.

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