Lo de Nacho Manzano no es normal. Sin haber acabado todavía la E.G.B., cuando otros niños soñaban con ser policías o futbolistas, el ya lo hacía con ser cocinero y llegar a tener su propio restaurante. Dibujaba con la mente los planos de ... cómo quería que fuera, distribuía las mesas y hasta diseñaba la carta. Así fue que cuando apenas había cumplido los 13 años sucede que su madre se pone enferma justo un día que tenía que dar de comer en Casa Marcial a un grupo de médicos. «No pasa nada mamá, eso lo arreglo yo», dijo el guaje. Ni corto ni perezoso, tomó las riendas y cabalgó entre fogones. Puso en marcha los recuerdos gastronómicos que habían marcado su infancia, hurgando y tratando de innovar sobre las bases de la cocina materna. Preparó unos tortos de maíz finos y etéreos como hostias y colocó encima un revuelto de cebolla confitada con queso de Cabrales. Los comensales no daban crédito. Un imberbe al que todavía no la había cambiado la voz acababa de dejarlos absolutamente sorprendidos mientras se relamían. Acababan de asistir a la creación de un plato que durante muchos años ha resultado imprescindible en todos los restaurantes de la órbita de los Manzano.

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Aprovechando la amistad entre avezados cazadores que unía al padre y al hostelero Víctor Bango 'Vitorón', a los 15 años se plantó en Gijón y se puso a trabajar con él. Aún no tenía la edad reglamentaria para que un trabajador pudiera estar dado de alta. «A Víctor le costó una multa tenerme trabajando». Allí estuvo hasta cumplir los 22, entendiendo que había llegado el momento de satisfacer su sueño. Era la hora de regresar a casa. Con las bases adquiridas se dispuso a desarrollar su inagotable yacimiento creativo. No es partidario de seguir la moda con las tendencias que marcan otros. No necesita asomarse a ver lo que hacen los demás para estar a la última. Practica la libertad de expresión inspirada en su cita con las musas durante sus invernales paseos por la playa y por el monte, con la que fecunda ideas que fluyen al carrusel de sus grandes creaciones; con la autenticidad de los productos que emplea, ajenos a la globalización y con el despliegue de un gusto pleno de matices y armonía.

En La Salgar, aldea de cuatro casas, muchas vacas y algunas cabras, los señores de la Michelín han colocado el anteojo para observar la magia de su cocina. Rendidos ante la solidez de sus argumentos, dejaron caer primero una estrella, después vendría la segunda, y como no hay dos sin tres acaba de recibir la tercera, convirtiendo a Casa Marcial en el primer restaurante triestrellado de la historia de la gastronomía asturiana. No obstante, las brillantes páginas que se han escrito en esta casa, también tienen como intérpretes a sus hermanas (aparte de Olga, la mayor) a Esther y a Sandra. Y ahora también viene pisando fuerte su sobrino Jesús. La magia y la majestuosidad del Sueve se ha visto sobrevolada por sus logros. ¡Enhorabuena familia!

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