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Lo de Nacho Manzano no es normal. Sin haber acabado todavía la E.G.B., cuando otros niños soñaban con ser policías o futbolistas, el ya lo hacía con ser cocinero y llegar a tener su propio restaurante. Dibujaba con la mente los planos de ... cómo quería que fuera, distribuía las mesas y hasta diseñaba la carta. Así fue que cuando apenas había cumplido los 13 años sucede que su madre se pone enferma justo un día que tenía que dar de comer en Casa Marcial a un grupo de médicos. «No pasa nada mamá, eso lo arreglo yo», dijo el guaje. Ni corto ni perezoso, tomó las riendas y cabalgó entre fogones. Puso en marcha los recuerdos gastronómicos que habían marcado su infancia, hurgando y tratando de innovar sobre las bases de la cocina materna. Preparó unos tortos de maíz finos y etéreos como hostias y colocó encima un revuelto de cebolla confitada con queso de Cabrales. Los comensales no daban crédito. Un imberbe al que todavía no la había cambiado la voz acababa de dejarlos absolutamente sorprendidos mientras se relamían. Acababan de asistir a la creación de un plato que durante muchos años ha resultado imprescindible en todos los restaurantes de la órbita de los Manzano.

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